Como por arte de magia, en palabras de Viladrich y Castilla, “cada vez que una persona entra en nuestra vida, ya no somos lo mismo”. Esta es la experiencia del grupo de voluntarias que trabajamos con niños diagnosticados de cáncer. La magia consiste en hacer que lo imposible suceda.
Esta asociación, “Magia”, cumple su primera década de labor hoy. Ha hecho suya la misión “que ningún niño con cáncer carezca del tratamiento médico necesario por falta de recursos”.
Este sueño fue hecho realidad gracias al impulso de su fundadora, la Dra. Teresa Pasco, y de las mujeres voluntarias de todo el Perú que trabajan incansablemente por asegurar el financiamiento de los costos médicos, de traslado, alojamiento, alimentación, vacunas y equipo médico necesarios y que los familiares de los pacientes necesitan cubrir, para que sus hijos, niños entre días de nacido y 15 años de edad, padezcan de menos dolor y alcancen una mayor calidad de vida.
Estos niños forman parte de la vida de las voluntarias aportándole sentido al inmenso sacrificio que su trabajo diario acarrea. Recabar fondos, en épocas de pandemia o no, no es tarea sencilla. La recompensa por el cuidado y la exigente atención que supone cada niño, es su sonrisa y, en muchos casos, su recuperación; pero en toda la gratitud de sus familias por el acompañamiento que han recibido.
Como personas, ya sea en condición de esposos, padres, hermanos, hijos, amigos, pero finalmente como seres humanos, sentimos que el amor tiene el poder de transformar lo ordinario en extraordinario. El sencillo pero significativo gesto, de promover una colecta, manifiesta solidaridad, generosidad y desprendimiento; brinda la oportunidad de remover puntos recónditos de otros corazones uniéndolos todos a la vez alrededor de la esperanza por la recuperación de otro.
Para la familia del paciente, sobre todo de sus padres, el acompañamiento afectivo en el proceso, así como el apoyo material y espiritual reafirman una verdad radical: hemos nacido, todos, por amor y para amar.
Es reconfortante que pese al mundo agitado en que vivimos, el lado “positivo” de una pandemia, se convierta en el regalo de contar con la oportunidad de mejorar nuestras relaciones de familia. Padres e hijos, más juntos que nunca, en casa, asisten juntos a clases diarias -teóricas y prácticas- acerca del amor humano. Esta etapa de aprendizaje en la escuela de virtudes, por excelencia que es la familia, la recordaremos siempre. Otorguémosles a nuestros hijos lecciones inolvidables, pues cual verdaderos maestros queremos que ellos nos superen; el mundo necesita de generaciones comprometidas en el amor.