La sombra es una entidad misteriosa, que nos acompaña cuando estamos bajo alguna luz, ya sea natural, artificial o espiritual. Es una presencia que para muchos no tiene significado ni importancia, para otros es una molestia inevitable pero inane y para otros puede ser una perturbación constante de la que hay que librarse, como cuenta Hans Christian Andersen en su famoso cuento. Desde la perspectiva literaria, una sombra es una presencia ominosa, una especie de temor o de sentimiento de culpa que ha anidado en lo profundo de la conciencia humana y extiende sus efluvios sobre los actos y pensamientos de quien ha sido poseído por esa fuerza psíquica incontrolable que proviene de algún estado anómalo de la personalidad.
El término orongoy no aparece en el registro oficial de la lengua española, pero se refiere a un insecto que merodea por los alrededores de los ríos serranos, emitiendo un zumbido penetrante y estremecedor: bzzzz, bzzzz. En los tiempos remotos de mi infancia piurana existía un bichito de características similares denominado titiguay, cuyo zumbido era temido porque tenía la mala costumbre de clavar su aguijón sobre cualquier desprevenido escolar, dejando así un recuerdo doloroso durante varios días y un terror cerval para siempre.
La sombra del orongoy es el título de la novela que acaba de publicar Rafael Gutarra Luján, título que, a juzgar por los antecedentes semánticos y sugerencias arriba expresados, parece referirse a recuerdos opresivos de la infancia que perduran en la vida adulta y perturban los sentimientos y la conducta generalmente esperados. La novela entretiene durante casi doscientas páginas, mezclando palabras hispanas con palabras quechuas para explorar y mostrar la diversidad cultural de una sociedad cada vez más compleja y menos predecible como es la peruana; refiriéndose a juegos infantiles donde se produce la atroz mezcla de nostalgia y crueldad propia de quienes comparten un mundo adulto de personalidades atormentadas por las carencias y la frustración; mostrando una fachada de texto policial pero de hondas repercusiones existenciales.
También resulta muy atractivo el elemento ficcional utilizado en la novela para proyectar una Piura del futuro, donde su expansión geográfica ya unió provincias y distritos que hoy todavía se encuentran espacialmente separados; y, quizá, el elemento estructural más provocativo y polémico sea la forma narrativa que unifica dos relatos: el narrativo literario y la exposición ensayística. No sabemos aún que irá a decir la crítica especializada, pero, quizá, el autor está respondiendo con esta experimentación a las demandas explicativas de los nuevos lectores.