La muerte es un misterio. Sin embargo, queda claro que la muerte es la continuación de la vida.
Recuerdo: “Cuando mueras, no busques tu presencia en el fondo de la tierra; cuando mueras, busca tu presencia en el corazón de los hombres”. Diego Armando Maradona, nos tomaste la delantera. Partiste y nos dejaste el mejor gol de tu vida, pues te quedaste en nuestros corazones.
Tu ausencia ha suscitado un conjunto de manifestaciones que van desde la pobre visión, al remarcar tus accidentes que te dio la vida. Pero más está en quienes desde una comprensión sublime de tu paso por la tierra, remarcamos tu condición de ser humano.
Diego, “el problema de la naturaleza humana, la quaestio mihi factus sum de San Agustín (“he llegado a ser un problema para mí mismo”), no parece tener respuesta tanto en el sentido psicológico individual como en el filosófico en general… si tenemos una naturaleza o esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla…”.
Tu microcosmo, tu vida, tu condición humana y tu ser social en permanente interrelación con los otros te identificó como un ser humano pleno de sed de justicia social y no de un hombre resentido. En ello cito a mi gran maestro Gonzalo Portocarrero Maish, quien decía: “El resentimiento anula la capacidad de amar y nos enemista con la vida; es enquistarse en el odio y reclamar una venganza infinita…
En el fondo anhela convertirse en beneficiario de la injusticia… se torna una persona abusiva y arrogante, que disfruta de la humillación que, con su poder, sea grande o pequeño, puede causar en sus semejantes”. Diego, tú no eras ese tipo de ser humano, tú eras el empático que, con su sed de justicia, no anuló tu capacidad de amar. Buscabas el equilibrio, el fin del abuso y no su perpetuación. De allí que nos enrostraste que la sociedad debe esforzarse en ser justa.
Diego Armando Maradona, fuiste un hombre sentipensante. Eras el constructor de un humanismo necesario.