Algunos ancianos, como quien esto escribe, recordarán de su antiguo hábito de lectura, que el poeta César Vallejo escribió, hace más de ochenta años, un famoso poema titulado “Los nueve monstruos”, que comienza con aquellos célebres versos: “I, desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato, / crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, / y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces…” y entonces la memoria incentivará el proceso reflexivo natural para desgarrarnos profundamente con hechos individuales o colectivos que nos han llenado de vergüenza o de humillación. Se trata, obviamente, de un dolor metafísico que tiene profundas raíces intelectuales, pero que el poeta irá convirtiendo paulatinamente en el dolor físico del hambre, de las postergaciones, de las carencias y de las injusticias.
En el primer quinquenio de la década de 1920, el poeta Pablo Neruda publicó sus famosos “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, cuyo poema 20 culmina con los también célebres versos “Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, / y éstos sean los últimos versos que yo le escribo”; donde también se trata del dolor, pero
como atenuado por la circunstancia puramente romántica (lo cual no quiere decir que no sea dolor humano).
El dolor tiene una permanente presencia en la poesía universal, a veces también sin nombrarlo necesariamente,
como por ejemplo en la expresión poética de Erika Aquino: “¿Cómo hacer cantos a los recuerdos de mi niñez oscura esas fauces hambrientas que me esperan al anochecer?”; que son versos publicados el 2014 por una joven creadora poética de interesante producción.
El dolor nos acompaña de manera persistente y de manera impactante, más aún en tiempos como el que afrontamos: la pandemia nos acecha, nos aísla, nos origina la pena por los amigos afectados y la desesperación por los familiares perdidos. Es el dolor que nos rodea y que nos ha cambiado las conductas que pensábamos consistentes e invariables.
También hay dolor cuando pensamos en el recorrido histórico general de los últimos setenta años: golpes de estado y presidentes elegidos que nos prometieron un mañana mejor, pero que se diluyó en el etéreo mundo de las promesas reiteradamente incumplidas. Hay dolor cuando, salvo pocos candidatos a la presidencia de la República Peruana, la mayoría no tiene ideología definida y estamos repitiendo la triste historia de optar entre caudillos de diverso
origen. Hay dolor y pena por el futuro del país que dejaremos a las siguientes generaciones de peruanos. Hay dolor y pena por lo que no supimos hacer.