Algunas noches atrás pude apreciar, en uno de los tantos canales de televisión que hoy tenemos a disposición, una entrevista al prestigiado periodista César Hildebrandt, donde afirmó que los libros de don Manuel González Prada estaban en plena vigencia porque el Perú no había cambiado.
Afirmación que me dejó pensando porque, si bien es cierto que ahora el Perú cuenta con sistemas bancarios que no tenía hace cien años, a los que debe agregarse el imperio de la digitalización y de las comunicaciones, también es cierto que la conducta social parece no haberse modificado de manera notable. Continuamos aferrados al conservadurismo, aunque nuestros discursos digan lo contrario, seguimos marginando al mestizo, como lo demuestra Zein Zorrilla en sus recientes publicaciones sobre El mestizo de los Andes y su destino, seguimos sin poder fundar organizaciones políticas basadas en idearios y programas de gobierno y preferimos los circunstanciales caudillismos, tal como lo dijo en los ya lejanos años setenta el historiador Hugo Neira en su famoso artículo ¿Y después de Mariátegui, qué? Seguimos prefiriendo la sensatez acomodaticia antes que las convulsiones propias de cambios profundos e irreversibles. Seguimos acostumbrados a la aceptación pacífica de las noticias cotidianas, según las cuales el maltrato físico contra la mujer continúa campeando como en las sociedades patriarcales. Escuchamos con santa paciencia, como decía un afamado cómico peruano, todo tipo de promesas durante las campañas electorales, sabiendo que son una sandez, pero sin involucrarnos de manera consciente (preferimos, a veces, una sonrisa elegantemente cínica sutilmente esbozada).
Entiendo que, desde tal perspectiva, Hildebrandt tiene razón; pero habría que preguntarse por qué una persona de su talento, de su calidad académica y de su irreprochable conducta profesional, no ha incursionado en el ámbito político peruano para tratar de salvar nuestro futuro. Arriesgo algunas hipótesis: no encontró personas de su nivel para asociarse, pensó que el peruano no tiene ganas de cambiar, intuyó que su inteligencia humanística es minoritaria en un país donde la visión humanística está muy desacreditada, no tuvo ganas de incursionar en tareas que solo le brindarían decepción y fracaso.
Sea cual fuere la verdad, resulta notablemente objetivo que a los peruanos nos falta el desarrollo de una visión histórica crítica racionalmente asumida. Carecemos de una formación apropiada y masiva que despierte el interés por el pasado peruano y, sobre todo, el interés por el futuro peruano. ¿Nos interesa realmente una transformación educativa que promueva la formación de una nueva ciudadanía? ¿Coincide esta necesidad con los intereses de nuestros políticos actuales?
No pretendo culpar a Hildebrandt, porque todos somos culpables y todos hemos fracasado; incluyéndome en la nómina infame.