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José Jeri y la tormenta perfecta

octubre 17, 2025
Autor: José Neyra

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Perú acaba de estrenar, otra vez, presidente. José Jeri, quien asumió la presidencia tras la vacancia de Dina, es un político joven a quien se le apareció la virgen y le hizo el milagro de su vida. Sin embargo, el contexto en que lo hace se semeja a una tormenta perfecta, por un Congreso desprestigiado, un Estado capturado por mafias y una sociedad atemorizada por la violencia. Jeri no tiene margen para errores, menos para ilusiones.

Los peruanos debemos ser hiperrealistas, Jerí hereda un país donde el poder ya no reside en Palacio, sino en los barrios controlados por bandas criminales; en las cárceles convertidas en centros de operaciones y en los despachos congresales donde se negocian impunidades. La pregunta no es si podrá gobernar, sino si podrá resistir el peso de un sistema político perverso que devora a cualquiera que intente cambiarlo.

El crimen organizado, por ejemplo, se ha convertido casi en el verdadero gobierno paralelo del Perú. Extorsiona, asesina y se ha infiltrado en la política local y nacional. Ni siquiera la Policía ni el Ministerio del Interior tienen hoy la capacidad real para enfrentarlo. El aparato estatal está infiltrado y prácticamente desarticulado. En ese contexto, y sin ser demasiado pesimistas, un presidente interino como Jerí tiene un margen de acción mínimo; puede anunciar medidas, remover ministros, firmar decretos y convocar consejos de seguridad, pero difícilmente podrá revertir la lógica de corrupción y miedo que domina el país.

Jeri, a lo sumo, podrá intentar enviar una señal de autoridad. Una reforma parcial en la Policía Nacional, una política de emergencia en las regiones más violentas o la creación de un gabinete de crisis. Pero nada de eso será suficiente sin una limpia profunda del aparato judicial, policial y sin una coordinación seria con el Congreso, y ese es, justamente, el problema: el Congreso parece ser el menos interesado en un cambio real.

El Legislativo, que el viernes se presentó como salvador de la democracia, carga con una alicaída legitimidad. Su verdadero capital político no es la confianza ciudadana (95% lo desaprueba), sino la impunidad que se reparten entre bancadas. El pueblo lo sabe y por eso desconfía de todo lo que emana de ese hemiciclo y por eso piden ¡Qué se vayan todos!. Jerí, por más independiente que quiera mostrarse, es producto de este Congreso. Y ese pecado original lo acompañará hasta el último día de su breve mandato.

¿Cómo acallar el descontento popular? Es casi imposible hacerlo con discursos. El país no necesita promesas, necesita señales contundentes. Si Jerí quiere ganar un mínimo de respeto, debe tomar distancia del Congreso, marcar un quiebre ético y enfrentar al crimen sin cálculos políticos. Una limpieza en el Ministerio del Interior, la destitución de generales comprometidos con redes delictivas y un llamado a una cruzada nacional por la seguridad podrían darle oxígeno temporal. Pero si opta por el silencio cómplice, su presidencia se convertirá en un mero trámite administrativo.

Protestas

A pesar del cambio de presidente, todo hace suponer que las calles seguirán rugiendo y no por afinidad ideológica, sino por hastío. Los jóvenes Z, los transportistas, los trabajadores, todos viven la inseguridad como un infierno diario. No protestan por un ideal abstracto de democracia, sino por miedo y frustración. Mientras los políticos discuten vacancias y repartijas, la gente teme salir de noche o perder la vida por un celular. Ese divorcio entre la élite y la realidad ciudadana es el núcleo del colapso político.

Por ello, Jerí tiene dos opciones como reto: administrar la crisis o enfrentarla. Si elige la primera, será recordado como el presidente que “esperó que pase la tormenta”. Si elige la segunda, probablemente no llegue al final de su mandato, pero podría marcar una línea de dignidad en medio del desastre que hoy viven los peruanos de a pie.

El tiempo, es verdad, juega en su contra. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y el reloj político corre más rápido que el de las reformas, por tanto hay que ser conscientes que en seis o siete meses no se pueden desarticular mafias, reconstruir la autoridad del Estado ni reconciliar a un país fracturado. Pero sí se puede empezar a limpiar la casa, aunque sea un poco.

Lo que no debemos pasar por alto los peruanos, es que José Jeri no tiene poder real, pero tiene la oportunidad de demostrar coraje político. Si decide enfrentarse al crimen y al Congreso corrupto, aunque sea simbólicamente, podría devolver algo de esperanza a un país consumido por el miedo. Si no lo hace, será otro nombre más en la larga lista de presidentes que llegaron prometiendo estabilidad y se fueron dejando lágrimas y un sabor amargo.

Tomado del Semanario El Tiempo

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José Neyra
José Neyra Moncada, licenciado en Ciencias de la Información de la UDEP, con maestría en Dirección Gestión de Empresas. Fundador de diario La Hora y desde hace siete años director de Diario El Tiempo de Piura.
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