Tras cumplirse un año del inicio de la pandemia de la COVID-19, y en medio de un fuerte estrés laboral, resulta fundamental que los responsables de los equipos de trabajo demuestren más que nunca liderazgo y empatía. De no hacerlo, el fracaso es inevitable.
La pandemia nos ha impulsado a desarrollar nuestra capacidad de cambio y adaptación a nuevos escenarios. Sin embargo, habiéndose cumplido un año del inicio de la pandemia, y ante un clima de estrés laboral y social, la energía y fortaleza con la que se cuenta no es igual. Por ello, resulta imprescindible que las organizaciones, independientemente de su rubro y tamaño, promuevan que los responsables de los equipos de trabajo ejerzan un verdadero liderazgo para que los ánimos no decaigan y se sienta un respaldo. Sin un líder que sea empático y que motive, será inevitable que la productividad se vea afectada al igual que la salud física y mental de los colaboradores.
Stephen Robbins define a un líder como la persona que puede influir en los demás y que posee autoridad gerencial. Es un proceso que consiste en guiar a un grupo e influir en él para que alcance sus metas.
Un líder no existe si no tiene seguidores, es decir, personas que lo vean como un referente confiable y creíble, al cual están dispuestos a escuchar y obedecer. También necesita un propósito, ya que cada acción suya se orienta a lograr “algo” (objetivos con impacto colectivo). Otra dimensión importante es la generación de visión compartida: conjuntos y compromisos comunes para todos. Eso se logra mediante el desarrollo de un conjunto de habilidades propias del líder (aprender a escuchar, comunicar y actuar).
La primera función del líder es saber relacionarse con los integrantes de su equipo de trabajo, a través de la empatía y generando confianza; la segunda es saber gestionar, es decir, mantener el desarrollo interpersonal basado en el respeto, la asertividad, el servicio, el conocimiento y la experiencia.