Por: Edwin A. Vegas Gallo / COLABORADOR
Imaginar nuestro futuro para el Perú, en lo que resta de este siglo e introducirlo al s. XXII, requiere democracia plena participativa, aprendiendo de los yerros y deshonras históricas de los pasados 200 años, más no en la idea, de borrón y cuenta nueva.
El futuro del Perú, pasa por consensuar un modelo de desarrollo, alejado de la economía lineal neoliberal, dependiendo exclusivamente de los recursos naturales (vivos y minerales), así como de la economía comunista estatal, con adversos antecedentes en vecinos países de Sudamérica.
Este futuro plan nacional generacional de desarrollo (2026- 2100, cinco generaciones), necesariamente debe estar enmarcado en la filosofía política del bien común, evitando su tragedia.
La puesta en marcha, de este nuevo modelo de desarrollo con sostenibilidad social, económica y ambiental, pasa por cerrar la brecha de desigualdad de la pobreza de los peruanos, lo cual debería ser la prioridad de la buena política por sobretodo.
Una agenda de largo plazo en la visión elíptica de la sostenibilidad material y espiritual, no sugiere detener el crecimiento económico, más bien se debe crecer, en concordancia con las leyes de la conservación de la materia y energía, de la ecología y con economía circular social, sin dispendiar energía, que genere presupuesto de la República, con gasto inútil, para cumplir con la misión del progreso de la sociedad intergeneracional.
Imaginar nuestro futuro que queremos al 2100, requiere una gran cruzada nacional con ética política de verdad transformadora para superar la crisis de los partidos tradicionales, el descontento ciudadano y el nacimiento de liderazgos con convicción responsable, combinando un compromiso inquebrantable con los valores de justicia y equidad para el desarrollo, pero con la plasticidad necesaria para adaptarse a las circunstancias, sin perder el horizonte de la visión intergeneracional.
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