El asesinato del candidato presidencial ecuatoriano, Fernando Villavicencio, deja dos preocupantes lecturas: la primera de ellas es la amenaza latente a los procesos electorales democráticos en Latinoamérica; y, segundo, la incursión grosera del hampa y el narcotráfico (aquí en el Perú la minería informal, mafias organizadas y la trata de personas) en la política nacional.
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Hasta ahora en el Perú, salvo en la época del terrorismo, no se ha atentado contra la vida de los candidatos en campaña por lo que el crimen de Villavicencio, si no se impone la justicia en forma inmediata, podría ser el detonante para la peligrosa práctica de eliminar a los ‘enemigos’ políticos y así abrir paso a los candidatos representantes de grupos delictivos que hoy manipulan, financian e imponen candidatos en varios países.
Lo que ha ocurrido en Ecuador no es un caso asilado, hoy la violencia, inseguridad y la presencia de carteles de las drogas y despiadadas pandillas organizadas dedicadas a la extorsión están presentes en todo el continente por lo que se hace imperativo que la democracia y la sociedad empiece a tomar más en serio a todas las mafias organizadas.