Piura, la ciudad del eterno calor gracias a autoridades incapaces y sin autoridad, se ha convertido en la más insegura (asaltos en cada esquina, crímenes por encargo y extorsión); pero también se ha vuelto una urbe peligrosa para la salud física y mental de sus ciudadanos, quienes ni en sus casas están protegidos de las “siete plagas” que han invadido sus calles.
Además de la criminalidad sin tregua, el piurano debe hoy encomendarse a todos los santos para no caer presa de alguna enfermedad pulmonar, respiratoria u ocular debido al inclemente polvo cargado con coliformes fecales que se levanta en las calles. Igual, tiene que estar atento para no caer (cuando conduce) en algún profundo hueco de las pistas pulverizadas por la lluvia y la coima desmedida de algún funcionario con poder de decisión.
Y si esto no es suficiente para deprimirnos, los vecinos deben combatir con lo que tienen y pueden a la ola de zancudos, las moscas, la basura en cada esquina, la maleza de los parques y jardines y las lagunas de aguas putrefactas y nauseabundas que han aislado urbanizaciones y asentamientos. Piura, por estos días, ya no es la ciudad amigable ni segura.