Margartita es una perseverante emprendedora de Sullana. Con las ganancias de su negocio sustenta desde hace cinco años a su familia, hoy, sin embargo, sus utilidades y lo que no tiene debe compartirlas con un despiadado grupo de matones que utilizan el terror para extorsionarla. Todos los días debe pagar un cupo para no ser agredida o robada.
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Como ella, son cientos de comerciantes de toda la región, en especial los que tienen puestos en los mercados o pequeñas bodeguitas en el barrio, los que son obligados a pagar para ser ‘chalequeados’ (protegidos) a la fuerza. ¿De quiénes? De los propios delincuentes que cobran el cupo diario. Y detrás de estos abusos están bandas de extranjeros que dicen ser extensión de feroces organizaciones criminales con ramificaciones en el continente.
Entre sus actividades está la extorsión, la trata de personas, la explotación sexual y hasta el sicariato. Lo que los comerciantes se preguntan es: ¿cómo la Policía ha dejado que estas bandas se fortalezcan al punto que sus actividades se hacen con total libertad e impunidad?. Solo en Lima estas organizaciones recaudan más de un millón de soles al mes.