La unidad es lo único que tiene futuro. Nada se consigue con ánimo distante, sin confluencia de pulsos, puesto que necesitamos sobrellevar cargas que son de todos. La evidencia está en los hechos, en esa degradación ambiental que nos hemos propiciado a nosotros mismos, bajo ese clima de contradicciones y abusos que nos desamparan en una espiral de muerte, donde nadie está a salvo, en parte por las alteraciones en los medios de vida provocadas por el cambio climático y por el incremento de dolor y de violencia vertida en cualquier esquina.
Así, desde luego, no se puede armonizar nada. Nos hemos acostumbrado a querer ser autosuficientes, y lo peor es que nos lo hemos creído, cuando en realidad pensar solo en nuestros intereses es el motivo de todos los males, que nos acorralan, fruto de ese endiosamiento que nos impide abrazarnos para que renazca la concordia de una vez por todas. Pensemos, que allá donde habita la paz, siempre hay gloria.
Conciliarnos humanamente es la gran asignatura pendiente. En este sentido, hemos de celebrar la apuesta de muchas organizaciones internacionales, preparadas a activar auténticos diálogos en todo el planeta y entre países, en sectores diversos e intergeneracionalmente. Juntos tenemos que aprender, y no hay otro modo que el respeto mediante la escucha, el diálogo a partir de la verdad, y aprender de las experiencias de todos y entre todos.
No podemos bajarnos de ese convoy de vivencias, tenemos mucho que compartir para anidar en comunidad. Sólo la entrega generosa, conlleva ese horizonte de quietud que contribuye a la aproximación entre análogos. No es cuestión de señalarnos unos contra otros, sino de fundirnos en esa cultura verdadera del abrazo, que es lo que realmente nos fraterniza y saca de nosotros, ese aire humanitario que requerimos para poder subsistir y continuar en el linaje.
Definitivamente, tampoco podemos perder más tiempo en la toma de ese rumbo que nos concilie, porque en realidad hemos de reencontrarnos para poner fin a nuestras miserias; pues hoy, más que nunca el mundo tiene una ardiente necesidad de sosiego. No podemos acostumbrarnos a ese mundo tenebroso, cuajado y desquiciado de tensiones y conflictos, que nos llevan a demasiadas guerras, a un lenguaje de división que nos arrebatan la placidez.