El abusivo aumento que registran los precios de los alimentos, medicamentos y servicios en plena pandemia ante un Estado atado de manos, demuestra que la economía de libre mercado funciona cuando hay condiciones para la competitividad y en un ambiente de paz; pero no en uno de guerra como el actual.
Hace tiempo que debido a la pandemia los consumidores pagamos por los alimentos entre 20 y 30% más de lo habitual, sin que ninguna autoridad haga nada para evitarlo, porque no hay reglas para la competitividad o el libre mercado.
Cuando llegan crisis como la del COVID-19, generan sobredemanda y exceso de intermediarios que lucran con la necesidad de las grandes mayorías, por eso es un error dejar que la ley de oferta y demanda regule los precios, pues estos suben y ningún nivel del Estado puede proteger a los consumidores, quedan desamparados.
Algunos intermediarios podrían elevar los costos de algunos productos hasta en 200% y el único capaz de frenar este y otros exceso es el Estado, el cual bien podría temporalmente convertirse en un proveedor de alimentos. Ello -según el decano del Colegio de Economistas- haría posible no solo atacar la angurria de los intermediarios, sino beneficiar al productor con mayor ganancia y al consumidor que pagará menos.
Frente al inhumano y descarado incremento de precios de los medicamentos, los expertos proponen poner topes máximos en las ganancias del sector farmacéutico. Todo indica, sin embargo que al actual Gobierno le falta voluntad política para hacerlo, y aún si la tuviera, en lo sucesivo se seguirá abusando de la necesidad si se insiste en aplicar las mismas recetas para resolver la desigualdad y la pobreza. ¿Para qué crecer y ser líder de América Latina, si ante la llegada de epidemias no hay suficientes hospitales?
Urge modificar las líneas maestras del progreso y desarrollo, y hacerle camino al bien de todos y a la solidaridad.
Conviene replantear las políticas, hacer del COVID-19 una oportunidad para renovar la forma de administrar el Estado y los recursos, desterrar el pensamiento individualista tradicional, para que en los próximos años los beneficios del crecimiento lleguen a todos. Solo así funcionarán las cuarentenas. No habrá que elegir entre quedarse en casa a morir de hambre o salir a la calle a vender algo.
