Estas elecciones han confirmado, pues, la extremada fragmentación y feudalización política del país. Es el momento, entonces, para que el Congreso ponga fin a este proceso desintegrador eliminando de una vez por todas los movimientos regionales.
Los partidos deben tener presencia nacional, para integrar la estructura política. Pero, claro, mejores partidos que los que tenemos. Es decir, no podemos eliminar los movimientos regionales sin aprobar normas que apunten a tener partidos mas serios, mas programáticos y un sistema que mejore la representación.
Parece casi imposible. La descomposición del sistema de partidos es algo que arrastramos desde fines de los 80. Las elecciones municipales de 1986 fueron las últimas en las que los partidos prevalecieron de manera absoluta. Ya en 1989 un outsider, Ricardo Belmont, gana la elección de Lima y en 1990 otro, Alberto Fujimori, gana la elección nacional. El sistema de partidos había estallado como consecuencia de la hiperinflación y el avance de Sendero.
Y nunca se recompuso. Lo que tenemos ahora son partidos efímeros y personalistas, convertidos en meros vehículos electorales como hemos escrito en varias ocasiones anteriores.[1] Los partidos tradicionales orgánicos e ideológicos, como el APRA y el PPC, han perdido su inscripción. Con excepciones y en diversas medidas, las tiendas políticas se han convertido en tiendas comerciales en las que se venden las candidaturas al mejor postor.
El Perú es un caso extremo, pero en realidad este es un fenómeno en mayor o menor medida global.
Los partidos ya no son el vehículo principal de formación de la voluntad ciudadana ni de expresión de las demandas populares. Ahora hay múltiples medios: la prensa, las redes sociales, los portales de análisis y opinión, centros de investigación, gremios, etc. Los ciudadanos mismos ya no van a los partidos: se expresan directamente a través de las redes en una suerte de democracia directa de muy baja calidad.
Sin embargo, la democracia representativa no puede funcionar sin partidos. Algo tenemos que hacer, entonces, para recomponer un sistema de relativamente pocos partidos más o menos estables, más programáticos, que permitan la representación de la sociedad y faciliten la gobernabilidad.
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