Un limeño, de visita por estas tierras, comentaba con ironía: “En Piura parece que no hay crisis económica… las discotecas y restaurantes están llenos todos los días… se ve que hay plata”. En efecto, parece que después de la pandemia y sus restricciones, los piuranos salieron en tropel a bailar, beber y comer con ansias reprimidas por dos años de encierro.
Celebrar no es malo ni cuestionable si es que se conserva el protocolo contra el Covid y, sobretodo, si hay plata; lo cuestionable es que esos deseos reprimidos por la pandemia se hayan desbordado en fiestas y jaranas sin control, generando molestias en los vecindarios por los ruidos estridentes, la inseguridad, peleas y los accidentes; sobre todo, sin consideración alguna por las familias que han perdido a sus parientes con la pandemia.
El descontrol es tal que en algunos sectores los jaraneros cierran calles y arman toldos para la fiesta. Los centros deportivos se vuelven discotecas y hasta las academias y colegios se acondicionan para la juerga. No es delito comer y celebrar, pero sí que este deseo le malogre el día y la noche a todo un vecindario. ¿Y el serenazgo… los fiscalizadores dónde están?