Liderar una empresa puede tener muchas similitudes con liderar una familia. Si partimos del hecho de que los principios básicos administrativos son planificar, organizar, dirigir y controlar, veremos que estas funciones también aplican perfectamente en casa.

En la familia, se debe “planificar” la vida en común: se trazan metas y objetivos; desarrollan modos, formas, caminos sobre cómo conseguir esas metas. Luego, “la organización” consiste en estructurar las responsabilidades que cada uno de los miembros de la organización familiar debe asumir. Se establecen políticas, que son criterios de actuación y una normatividad clara.

La “dirección” en la empresa hace referencia al modo como el líder motiva a los colaboradores para el cumplimiento eficiente de sus tareas y encargos, haciéndole ver lo importante que es para el equipo que ese trabajo, se haga bien, motivado sobre todo por fines trascendentes y explicando claramente el porqué y el correcto sentido del trabajo bien hecho. Lo mismo sucede en el hogar, donde se debe enseñar con el ejemplo.

El “control” en la empresa se basa en el uso de herramientas que permitan medir el avance de las metas propuestas, así como detectar las desviaciones a tiempo y poder corregirlas en su momento. El presupuesto, por ejemplo, constituye uno de los elementos claves en este rol. En el hogar, el elemento “control” resulta un factor fundamental para el éxito de los objetivos familiares. No sólo debe concentrase en un control meramente cuantitativo, de no gastar más de lo que ingresa y ser prudente con los gastos, sino también en un control que los padres, con mucho tacto y tino, deben ejercer para el desarrollo personal de sus hijos, inculcando en ellos dos variables fundamentales e intrínsecamente relacionadas: la libertad y la responsabilidad.