El ciclo existencial, desde el comienzo hasta el fin, nos pone a prueba. Aquí no valen las palabras, sino las acciones concretas. Sabemos que todos nos merecemos igual respeto; sin embargo, la realidad habla por sí misma.
Cada día hay más abusos y más incumplimientos de los derechos humanos. El sufrimiento lo reducimos o lo esparcimos entre todos. La irresponsabilidad no puede gobernarnos. “Nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo”, ha sido el mantra de la Organización Mundial de la Salud desde el comienzo de la crisis sanitaria mundial causada por el COVID-19. Sin embargo, esta frase por solidaria que nos parezca, cuando no va directa al corazón por los motivos que sea, difícilmente puede llevarse a buen término.
Nos falta ese espíritu verdadero hacia aquellos que necesitan aliento en la enfermedad o ayuda en la escasez de alimentos. Ojalá aprendiésemos a ser equitativos, a no discriminar a nadie, a sentirnos familia de verdad, seguramente entonces practicaríamos una justa distribución de beneficios y responsabilidades. Por cierto, ahora nuestra primera obligación como seres vivientes, es hacer realidad la igualdad de acceso a la vacuna contra la enfermedad. Este es el horizonte a conquistar. No quedemos en la simple palabra; y, lo que es peor, tampoco cambiemos la robustez de lo saludable, por enriquecernos patrimonialmente a cualquier precio o la independencia por el afán de dominio.
En efecto, la salud es la única moneda que imprime valor a lo vivido. No derrochemos vida. La humanidad, en su conjunto, tiene que contribuir a ser ese agente cooperante, siempre dispuesto a unir fuerzas, para la sanación del mundo. Precisamente, este año 2021, ha sido designado como el Año Internacional de los Trabajadores Sanitarios y Asistenciales, y en verdad es de justicia, reconocer y agradecer la inquebrantable entrega de estos trabajadores a la lucha contra la pandemia; pero, no podemos quedarnos en los bellos lenguajes de los aplausos, se requiere también de una urgente acción que nos universalice.
Por otra parte, es público y notorio que este globalizado mundo se enfrenta a una escasez mundial de trabajadores sanitarios. Sabemos, pues, que debemos invertir mucho más en educación, empleo y trabajo decente, para proteger al mundo de las enfermedades y lograr, de este modo, esa cobertura sanitaria inclusiva, que no deje a nadie en el camino.