El mal querer
noviembre 6, 2020
Autor: Victor Palacios

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No, no. El tema de hoy no es el que sugiere el título de la presente crónica. Más bien es otro. Muy distinto de aquellos que tienen que ver con las, a veces, incomprensibles y complicados desdichas del corazón. Hace menos de un mes, los rebrotes de la pandemia en España obligaron a las autoridades de Madrid a confinar nuevamente a la población en sus casas. A toda no, pero sí a parte de ella.

Era viernes y la medida sanitaria debía cumplirse desde las 11 de la noche. Los comercios comenzaron a cerrar desde muy temprano y cuando faltaba poco para que los relojes marcaran la hora fijada, el dueño de un bar aún abierto, apuraba al único mozo que quedaba para bajara de inmediato las cortinas de fierro de su establecimiento. Ese bar tenía este nombre: “El mal querer”

Lo dicho debo haberlo leído en alguna nota periodística despachada desde allá por alguna agencia de noticias. No lo recuerdo bien. Pero lo cierto es que regresé a releer, aquel párrafo donde se hacía mención del bar antes aludido. Y lo hice atraído, más que todo, por su nombre: “El mal querer”.

Se me reveló en él, clarito, la chispa del piurano. Todo un artista sacando de la nada nombres memorables para bautizar, con algunos de ellos, el nuevo bar o la nueva picantería recién venidos al mundo. Memorables, decimos, por ingeniosos y provocadores. “Salta patras”, “Ponte la otra” o “Después te cuento” son apenas unos cuantos botones de muestra de una larga lista de nombres parecidos.

Años atrás, alguien, por ejemplo, puso un bar en Piura llamándolo “Pare de sufrir”. Lo abrió con el padrinazgo de quien le había sugerido que lo llamara de esa manera. Sin decirle que así se llamaba también un famoso programa de televisión, de salvación espiritual, muy difundido entonces en el Brasil. Mientras estuvo de moda, este bar paró lleno. El dueño tuvo que cerrarlo después por falta de clientes. Hágalo y “pare de sufrir”, le dijeron socarronamente.

Está visto que a la gente que viene de afuera también le hace mucha gracia esa agudeza que tiene el piurano para chapar, no “tu choro y déjalo paralítico” como predicaba hasta no hace mucho cierta descocada congresista, sino para chapar nombres que, bautizados con ellos, le den salero, por ocurrentes y hasta picantes, a esos establecimientos antes mencionados. “La calzón roto” en Catacaos fue un nombre casi legendario. Y “Ponte bocabajo”, otro.

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Victor Palacios
Editor web de El Tiempo y La Hora. Periodista y fundador del equipo digital del diario El Tiempo. Comunicador con experiencia en Marketing Digital, Data Analyst, SEO, Web Design, Email Marketing e Ecommerce.
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