Es una constante que, a mayor complejidad de las relaciones, los riegos que devienen de la interacción de las personas se incrementen. Esto no es ajeno a la idea de seguridad y delito, el ciudadano que percibe sensorialmente una sociedad de riesgos demanda cada vez más poder punitivo, más Derecho Penal, más cárcel, aunque no sea el directamente ofendido, la sola sensación de inseguridad es suficiente para pedir una sanción.
El poder punitivo es un estado de cosas anterior al Derecho penal. La sanción por el delito ha sido una idea directamente vinculada a nuestra civilización y se materializa a través del castigo. Este castigo ha ido evolucionando en cuanto a sus consecuencias cualitativas. Este poder punitivo es ejercido en toda su integridad por las entidades policiales, son ellas quienes están legitimadas para detener, allanar un domicilio, incautar bienes, ejercer fuerza física. Incluso, les está permitido lesionar o matar en el ejercicio regular de sus funciones. La prisión viene después.
La respuesta del Estado al delito no es pacifica: es violenta y esa violencia debe ser controlada, porque también genera un conflicto. Y en una sociedad democrática será el juez penal quien deba controlar la violencia ejercida por el poder punitivo. El juez no lo ejerce, le impone un límite, debe legitimar el castigo, que siempre será retribución pura y dura, pero para no perder el control, para no caer en la anarquía, para no ser una jungla donde quemamos a otros.
Ser juez penal es una tarea compleja, requiere mucha capacidad, de criterio y académica, ya que los límites vienen dados por una ciencia, no es solo un saber o un oficio; además se requiere ser valiente, ser libre en cuanto a las convicciones y revolucionario.
El juez penal se enfrenta al poder punitivo, debe presumir la corrección en los actos del ciudadano (porque se le presume inocente), al juez debe importarle la persona que en el caso concreto esta sometida a la persecución penal, porque son sus bienes jurídicos los que están en riesgo frente a una estructura poderosa como es el Estado y frente al monopolio tirano que son los medios de comunicación. El juez puede tener miedo, se le puede lapidar y desprestigiar, pero la humanidad de sus decisiones trasciende la ligereza con la que pueden ser evaluadas en un momento de crisis. Su único parámetro de evaluación deberá ser su conciencia.