Por Miguel Ramírez, periodista de investigación
A mediados de agosto del año 2000, dos altos funcionarios de la CIA (la Central de Inteligencia Americana) cruzaron silenciosamente los pasillos del local del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), en el distrito limeño de Chorrillos. Esta vez, como siempre lo hacían, no fueron al despacho de Vladimiro Montesinos. Pasaron de frente a la oficina del almirante Humberto Rozas, el entonces director de ese organismo de inteligencia.
Rozas era el jefe formal de la entidad, pero Montesinos ejercía el real poder, pese a que no tenía nombramiento alguno. Ese fue un motivo clave para que los funcionarios norteamericanos fueran directamente donde Rozas: querían dejar una constancia oficial de la información de alto contenido incriminatorio y confidencial que le entregarían.
Minutos después, Montesinos se enteró de todo. Llamó al presidente Alberto Fujimori y juntos aparecieron en una inusitada conferencia de prensa en Palacio de Gobierno. Los periodistas nacionales y extranjeros fueron convocados, con carácter de urgencia. En la citación se dijo que el mandatario haría una grave denuncia relacionada a la seguridad nacional.
La sala de la reunión estaba llena de gráficos, mapas, fotografías. Era la primera vez que Montesinos aparecía públicamente ante los periodistas. Estaba sentado en una larga mesa, acompañado de los altos mandos de las Fuerzas Armadas.
Allí, él y Fujimori denunciaron que el SIN había descubierto que 10 mil fusiles del Ejército Peruano, comprados ilegalmente, habían sido enviados en 1999 a Colombia, a los terroristas de las FARC. La operación de inteligencia del descubrimiento, según Montesinos, se llamaba ‘El plan Siberia’.
Como si se tratara de una película de Netflix, dijeron que las armas habían sido compradas en Jordania, pasaron por Lima e Iquitos y después se lanzaron en paracaídas en la selva colombiana. Fujimori y Montesinos culparon de ese tráfico de armas a los hermanos José y Luis Aybar Cancho, dueños de la empresa Nippon Corporation. Al día siguiente, todos los medios, basados en la versión de ambos, lanzaron la gravísima denuncia en sus portadas noticiosas.
Sin embargo, todo era una farsa. ¿Qué había pasado realmente? Días después de la denuncia presidencial, en la Unidad de Investigación del diario El Comercio, a la que este columnista pertenecía en ese momento, logramos contactar con uno de los amigos de los hermanos Aybar Cancho. En un oscuro parque del distrito de Lince nos entregaron documentos que probaban que la operación de los fusiles había sido diseñada por el mismísimo Vladimiro Montesinos, y en la misma habían estado en juego millones de dólares.
Luis Aybar nos envió una cinta grabada. Decía que dicha acción se la había propuesto el SIN. En el audio, ofreció contar la verdad si se le daban las garantías del caso. Pero nunca lo pudo hacer: el SIN lo capturó en Chosica y lo silenció.
Lo mismo no ocurrió con nosotros. En el transcurso de las investigaciones se descubrió que había sido la policía colombiana y la base principal de la CIA en Washington las que habían descubierto todo. La pista se inició cuando en una de las guaridas de las FARC se encontró un fuerte lote de fusiles que tenían el logo del Ejército Peruano. En cuestión de días, las pesquisas de los expertos de la CIA determinaron la participación directa de Montesinos, los hermanos Aybar Cancho y otros militares.
Toda la información fue enviada a Lima en un file secreto. Eso fue lo que funcionarios de la CIA le llevaron al almirante Humberto Rozas aquel día que lo visitaron en su despacho del SIN.
La pomposa conferencia de prensa presidencial había sido una manotazo de ahogado de Montesinos para cambiar la realidad de los hechos. Su reacción fue tardía, aunque en realidad no podía cambiar nada. Tarde o temprano todo saldría a la luz, pues la CIA lo sabía.
Montesinos jamás se había imaginado, ni en su peor sueño, que ese poderoso organismo norteamericano -al cual él había servido desde la época que era teniente del Ejército y asistente del ministro de Defensa de aquel entonces- lo terminaría sepultando.
Un mes después, en setiembre de ese año 2000, se difundió el famoso video en donde apareció sobornando a un congresista. Todo le cayó de golpe a Montesinos hasta terminar preso. Así acaban los mafiosos. Hasta el próximo domingo.










