Cierto día un joven me hizo la siguiente consulta: “Padre, necesito que me ayude, pues me encuentro muy mal. La verdad es que siento un gran rencor contra mi padre. Recuerdo que cuando era pequeño me trataba pésimo, de igual modo que a mi madre; con quien a menudo los veía discutir por cuestiones de infidelidad, pues era mujeriego. Ahora ya ha recapacitado. Está más tranquilo. Pero no puedo olvidar lo que nos ha hecho.
Apenas le saludo y eso ya es mucho. Por favor, ayúdeme”.
“Vamos a ver”, le respondí. “Debes reconocer que estás herido por la conducta pasada de tu papá, pero no puedes vivir todo el tiempo rascando esas heridas, dado que se pueden convertir en úlceras crónicas y el único perjudicado serás tú mismo. Tienes que buscar la medicina necesaria para que encuentres la salud. Al respecto, permíteme decirte que el único bálsamo prodigioso, capaz de curar las heridas del alma es el amor”.
“Pero, ¿qué es el amor?”, me preguntó el joven. “El amor no es una cosa abstracta -le respondí-. Es una energía interior que tiene como condición básica la comprensión. Por eso, podemos decir que sólo hay amor cuando se comprende.
Pero para comprender es necesario conocer. En tal sentido, te invito para que con cariño te acerques a tu padre y le pidas que te cuente algo de su vida. En la medida que profundices en este conocimiento te darás cuenta que él también fue herido en su historia. Entonces, lejos de juzgarlo y maldecirlo surgirá en tu corazón el sentimiento de compasión.
Además, tienes que comprender que él no fue educado para ser padre. Ha tenido que aprender esta función en el camino de la vida. En ese caminar ha cometido muchos errores, pues es lógico que un aprendiz, que ignora muchos aspectos fundamentales, se equivoque. Lo importante es tener la sabiduría necesaria para aprender de las equivocaciones, pues nunca hay un error malo, sólo es malo cuando no se aprende.
Por lo que veo, tu padre ha aprendido bien las lecciones y eso es meritorio y loable. En tal sentido, pienso que tú debes sentirte orgulloso de él.