La delincuencia se ha convertido en estos tiempos difíciles para la región en un parásito silencioso que se propaga indiscriminadamente, alimentado por la inacción de quienes han claudicado a su deber de combatirlo.
Desde los carteristas de poca monta hasta las cabecillas de redes criminales internacionales como el Tren de Aragua o los Gallegos, la tienen clara: En Piura pueden operar con facilidad porque la seguridad ciudadana ha sido abandonada a su suerte. Si ya antes de la pandemia arrastrábamos déficit de efectivos y de logística, la situación empeoró con El Niño Costero que causó daños a muchas dependencias policiales y el presupuesto para recuperar el parque automotor se sigue postergando.
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Las consecuencias de una desigual contienda entre una Policía desmotivada con patrulleros y camionetas destartaladas frente a bandas y sicarios provistas de veloces motocicletas, armados hasta los dientes y al día con la tecnología; las vemos en las calles, donde casi a diario se hurta, se asalta, se extorsiona y se mata.
Si bien es de vital importancia que ministros, autoridades regionales y alcaldes se ocupen de las obras de prevención ante El Niño; ello no justifica que el señor Vicente Romero, titular del Interior, siga evadiendo la seguridad ciudadana en Piura. Urge que se haga cargo de revertir la imparable ola criminal que no habría crecido tanto si se hubiera escuchado a las autoridades locales.
Los familiares de 81 fallecidos por crímenes o asaltos en lo que va del año en la región, están esperando que el señor Romero venga a Piura no a dar discursos vacíos y regresarse acelerado al aeropuerto cuando le piden que declare a Sullana o a la región en emergencia -como lo hizo en su última visita a la Perla del Chira-, sino a cerciorarse realmente de la gravísima situación de desatención que padecen los piuranos.
Según Defensoría, solo tenemos unos cuatro mil policías para proteger a más de dos millones de habitantes, esto es menos efectivos que La Libertad y Arequipa cuya población es casi igual a la nuestra.
Por su puesto que el hampa sabe de las debilidades de la Policía. Por eso, tal como lo denunciamos en la edición de hoy, algunos grupos delictivos se dan el lujo de atacar o extorsionar a mafias rivales disputándose el territorio.