El país se cae a pedazos porque nuestros dirigentes mienten. Así se trate de mentiras pequeñitas pequeñitas pero costosas, igual se evidencia el intento permanente de verle la cara al ciudadano, como si éste fuera solo un factor anónimo y gris, una ficha de color indistinto insignificante de ese tablero de intereses que, por resignación, llamamos política.
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¿Qué necesidad tuvo la señora Dina Boluarte, presidenta del Perú, de mentirle a la nación y asegurar que se había reunido con el Papa? Faltó que diga que, gracias al poder beato de su innecesaria mantilla negra, por poco resolvía con Francisco el problema de la Franja de Gaza. No es la primera vez que Dina miente así y que los organismos internacionales la ponen en su sitio: en Nueva York dijo que había sostenido “reuniones de primer nivel” con Biden y con personalidades de Europa. La verdad, como lo dijimos en su momento, era que la Cancillería solo había logrado que el presidente de Paraguay acepte reunirse con ella. Nadie la quería. Y la reunión con Biden fue desmentida por los representantes del Ejecutivo mexicano y de Nauru. Solo una foto.
Parece que la estrategia con que Dina Boluarte pretende levantar su imagen y su legitimidad, bastante dañada por sus propios errores más que por la violencia de las manifestaciones desde enero de este año, se resume a llenar su álbum de fotos, fotos que acompaña con leyendas dudosas, fotos de recuerdos que nunca existieron, fotos que muestran a una mandataria que ha desbloqueado un nuevo nivel: ha pasado de involucrarse en los asuntos internacionales a convertirse en un personaje incómodo.
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Lo peor sí, viene lo peor es que estos caprichos de imagen le cuestan al Perú dinero y estabilidad. A pesar de que nuestro Poder Ejecutivo es una pata coja porque tiene presidenta, pero no tiene vicepresidentes, Boluarte ha viajado a Brasil, a Estados Unidos y a Roma. ¿Quién gobierna el país mientras tanto? ¿Teletrabajo por WhatsApp? Curiosamente, según los últimos reglamentos sobre el teletrabajo, un empleado está obligado a permanecer en un mismo lugar y no cambiar su punto de última conexión. Es decir, que nuestra mandataria tampoco cumple con la ley laboral y mucho menos con gobernar un país que en los últimos meses ha destacado por su proclividad a la expresión furibunda. ¡Qué mal estamos!