En la doctrina que ha funcionado en los últimos treinta años como trasfondo del crecimiento nacional, la política opera como una subordinada de la economía: lo que demostró la bancarrota de los 80 es que el voluntarismo de los gobernantes y los parlamentarios encuentra su límite cuando intenta asumir el rol de la ciencia económica y predecir precios, salarios, etc.; no obstante, es cierto que las crisis de gobernabilidad afectan al intercambio, al comercio y la inversión privada. La solución a este problema también es política.
Lo que ocurre actualmente, que reduce las expectativas de crecimiento a un máximo de 1% cuando a principios de año el BCR estimaba que fuera de 3%, tiene que ser resuelta en la instancia correspondiente: el Congreso de la República debería ser consciente de que su rol mayor en este periodo será la conducción de la crisis hacia nuevas elecciones. La salida de Pedro Castillo del poder, ya sea por medio de su renuncia o de su vacancia, es la condición necesaria para la recuperación del país de una crisis que pudo ser mejor gestionada, aunque esto solo ocurre cuando los criterios técnicos son preferidos a las deudas ideológicas.
La ideología, antepuesta a la realidad como una lente deformante, equivale al fracaso del racionalismo político y económico frente a la superstición social confusa. Lamentablemente, parece que no hemos superado etapas que hoy, con la experiencia del estatismo como un error criminal, la pandemia y la guerra, podrían considerarse primitivas: una cúpula que ganó las elecciones en circunstancias polémicas ha desbaratado el presente y el futuro del Perú en menos de un año a causa de las limitaciones del presidente y la mala fe de quienes pretenden dinamitar el desarrollo para imponer una utopía de cara dictatorial y verbo populista.
¿Por qué, a pesar del crecimiento de estas décadas, el germen del izquierdismo ha dado lugar a radicalismos que parecen leer la historia y los hechos con las gafas al revés? Mucho tiene que ver la subestimación del extremismo por parte de un Estado cada vez más burocratizado y corrupto, la apatía por la política entre la ciudadanía y la incapacidad de los Gobiernos para difundir mejor las mejoras sustanciales que la liberación de la economía trajo al país. Falló la escuela. Que no falle la voluntad.
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