El recuerdo del Grito Libertario ha coincidido este año con una época difícil en muchos sentidos.
Políticamente, no hemos madurado, la violencia nos enseña que tenemos un largo camino por recorrer para ser una democracia sólida; económicamente vivimos en una sociedad partida por una profunda brecha y la desatención a las necesidades de los otros han abonado el terreno de la muerte, el terror y otras tantas formas de negación de lo humano.
Nuestra región, en pleno siglo XX, no escapa a todo lo dicho anteriormente. Incluso las zonas que pueden gozar de ciertas comodidades se encuentran al acecho de la naturaleza, del río, y de la inacción de nuestros gobernantes. El llamado del arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren, es pertinente pues llama al Gobierno central a idear soluciones que superen esa barrera de mediocridad que nuestras autoridades pasadas no han sabido traspasar.
Esta situación de inseguridad y de precariedad se repite en Piura, en Sullana, en Talara, Paita y las demás provincias y distritos. ¿Hasta cuándo seguiremos reportando la falta de agua, la inseguridad y la tristeza colectiva que sufren las poblaciones más ricas y a la vez más olvidadas del Perú? Se acusa a la región de no sintonizar con los vítores al progreso que se escucha desde otras regiones. ¿Se puede hacer comparsa al centralismo si es el mismo fenómeno -un sistema o modo político de vivir- que esconde la cara o se hace el sordo ante los pedidos para mejorar la imagen de esta región?
Pero, obviamente, no toda la responsabilidad es del abandono del centralismo limeño; nuestras autoridades no han sabido crear una red de gestiones que se engarcen y se transformen en políticas que permitan explotar mejor nuestras ventajas, a la vez que se convertían en una sola fuerza para exigir al Gobierno nacional la atención que merecemos para impulsar los proyectos de mayor envergadura. ¿Hemos tenido autoridades competentes? Al menos en los últimos cuatro años hemos pasado por un verdadero período de anarquía, de gobierno acéfalo.
Esperamos que las demás autoridades se sumen al llamado de la Iglesia y del sentido común para hacer respetar a esta región que, con todas sus carencias, contradicciones, luces y sombras, aporta al país con manos generosas.
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