Los “presidenciables” están apareciendo a pesar de que hace una semana, aproximadamente, sus nombres apenas sonaban. Hoy sabemos que George Forsyth, Hernando de Soto, Julio Guzmán y otros conocidos –y otros no tan conocidos- están en carrera para convertirse en el presidente del Bicentenario. Tamaño honor. Nos preguntamos si sus propuestas honrarán ese aspirado lugar en la historia.
Posiblemente, debido a la manera cómo se suelen desarrollar las elecciones en el Perú, primará ese voto antipático, el “voto de odio”, el “antivoto”, que tomó cuerpo institucional desde la victoria de Humala, pero cuyas raíces pueden rastrearse en los comienzos de esta república débil institucionalmente y cuya población siempre parece desmoralizada, distraída, desengañada, demasiado emocional para constituirse en el auténtico Estado.
También es probable que el “voto de la antipatía” sea reemplazado por el “voto de la simpatía”, aquel que encumbró a Alan García dos veces. En ninguno de los casos, se trató de un voto racional. ¿Estamos a tiempo de formarnos para que nuestra elección sea producto de la serenidad, del conocimiento y de la crítica? Por supuesto. Nuestra ciudadanía puede y debe informarse antes de votar. Lo que en otras latitudes pareciera un axioma político, aquí se convierte en una petición, en un favor que se solicita al votante. Informarse es la única manera de los monstruos grandes del descontento, de la estafa, la corrupción y el abandono político no pisen nuestras oportunidades ni potencialidades nacionales.
Estamos a puertas de cumplir 200 años de independencia. Tenemos a cuestas las crisis económica y sanitaria más graves de nuestra historia republicana, lo que significa que la decisión que tomemos debe estar orientada a buscar una solución a estos problemas. De otra manera, la viabilidad del país será cada vez más improbable. Informalidad, odio gratuito, corrupción, criminalidad, etc., ¿habrán medido nuestros precandidatos la magnitud de su misión, en caso de ser elegidos? No hay tiempo para improvisar, sino tiempo para actuar sin miramientos y de acuerdo a un plan de amplio consenso porque todo cuanto se haga debe poner al ciudadano como prioridad. Recordemos la nefasta experiencia noventera. No hagamos que la noche sea más negra.