La ambigüedad con que el Gobierno trata el tema de la ratificación del indulto a Alberto Fujimori es particularmente demostrativo de la forma como se ha conducido la política en general en estos meses: con medias tintas, a medias luces, en voz convenientemente baja, con altisonancias huecas. Si el Ejecutivo cree que la medida es injusta o que atenta contra la integridad constitucional -algo paradójico para quienes pensaban que la actual carta no podía sostener su vigencia-, debería expresarlo y anunciar los próximos pasos a seguir en las instancias internacionales. Si, por el contrario, creyera que todo fue resuelto de acuerdo a norma, no debería azuzar las dudas y los rencores cainitas de un país al que lo definen más sus odios que sus coincidencias. El premier Torres sale a decir que respetará el fallo del Tribunal Constitucional, pero que ello no lo exime de impugnarlo.

Siguiendo la lógica del primer ministro, el respeto a las sentencias es meramente circunstancial y, en el peor de los casos, sujeto al carácter volátil del antojadizo parecer del Ejecutivo. ¿Así es como se procede en un Estado de derecho? ¿Es este el ejemplo de respeto a la ley que quiere dar el presidente Castillo y su equipo? Torres bien podría haber dicho que el Perú cree en las instituciones y por ello mismo llevará este fallo a una corte internacional porque no está de acuerdo con él. En vez de hablar con claridad, que permitiría aligerar la incertidumbre y la crispación que reina en el país, recurre al manido recurso de las medias afirmaciones, un truco por el cual se opta cuando se quiere quedar bien con Dios y con el diablo.

En tanto, siguen los enfrentamientos verbales -y esperemos que no físicos- entre quienes rechazan el indulto apelando a la memoria histórica, y quienes lo reivindican por su papel en la lucha antisubversiva y su audacia para tomar decisiones cuando el país estaba quebrado económica, social y moralmente. La discusión sobre la libertad del presidente más polémico de la historia peruana se ha escurrido del fuero judicial a los escaños, las calles, las redes sociales y otros espacios en los que las emociones y los prejuicios se anteponen a la razón y la autocrítica.

El daño cometido por Aníbal Torres ya está hecho y no será fácil de remediar, pero es urgente replantear el estilo comunicativo de Palacio de Gobierno. Quizás deberían empezar diciendo la verdad.