Urge que en el país se implemente un sistema que garantice la vida, pero no como lo entienden algunos grupos que romantizan las protestas, que hacen de la apología del crimen un credo político, y de la negación de la propiedad, un axioma ético absurdo. Necesitamos, por el contrario, recuperar el principio de autoridad en las calles y en las instituciones para evitar que una matanza, como la ocurrida en Pataz (La Libertad) se repita.
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Todas las soluciones pasan por la moralización de los institutos armados y de la Policía, por el reforzamiento de los valores y la enseñanza intensiva, perenne, de la misión de estas instituciones: servir a la Patria. El ciudadano necesita volver a confiar en sus autoridades y para ello debe ver obras y resultados, que los policías realmente persigan al crimen y que los malos elementos sean castigados drásticamente. Que el costo de la delincuencia sea tan alto y que el ladrón enfrente la posibilidad real de ser abatido si pretende asaltar a un anciano, a un trabajador, a quien sea. Que la ley se aplique sin distinción de personas y artificiales atenuantes que solo contribuyen a que cunda el mal ejemplo y las mañas entre los habitantes de ese submundo antítesis de la civilización, del buen vivir, de la idea misma de sociedad.
Necesitamos que nuestras autoridades se pongan de acuerdo y trabajen en conjunto por el cuidado de la ciudadanía. El llamado “Tren de Aragua”, una manga de desadaptados y criminales llegados a nuestro país con el afán de destruirlo desde adentro, no merece ni las contemplaciones ni las garantías que un Estado bobalicón, plagado de “buenistas”, “sensibles” y “garantistas”, ofrece a manos abiertas a estos indeseables, pero se las niega a los servidores del país que se atreven a llevar el cumplimiento de su deber a su extremo lógico, y a los propios ciudadanos que acuden inútilmente a las instituciones en busca de seguridad, resarcimiento y justicia.
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Mientras la Policía y todos los actores del sistema de seguridad y justicia estén desarmados, el “Tren de Aragua”, “Los Gallegos” y otras escorias seguirán matando y enquistándose en las actividades ilegales e informales. Hay que acometer una limpieza profunda en esta casa común que llamamos Perú.