Con su papel de mediador o mensajero entre una población que se siente defraudada y un presidente cegado por el poder y alejado de la dramática realidad que atraviesa el país, el cardenal Pedro Barreto ha despertado en algunos peruanos (no muchos) una luz de esperanza en que el señor Pedro Castillo recapacite y se rodee de un gabinete capaz, viable, de ancha base y que le permita frenar la caída del país al despeñadero, dando un real cambio de rumbo y a la brevedad posible.

El principal obstáculo para sumarse a los que creen que vale la pena darle una nueva oportunidad al presidente y su Gobierno es que no da razones para creer en él y no parece importarle. Ni siquiera lo intenta.

Ni la Semana Santa lo ha hecho reflexionar. En pleno viernes Santo mientras los integrantes del Gabinete seguían retorciéndose de la rabia al enterarse por boca de monseñor que en breve serán reemplazados, y cuando Vladimir Cerron hacía su pataleta acusando al líder católico de “intromisión inaceptable; el presidente, lejos de salir a calmar la tempestad, como corresponde a un estadista, hizo lo que más sabe hacer, irse.

Se fue a Chiclayo y no por algo bueno. Viajó para aprovecharse de la efervescencia social desatada por el caso de una niña secuestrada y violada para colgarse del tema. No es la primera vez que usa la tragedia de un niño para benbeficiarse políticamente, hace un tiempo llevó a un bebé desde Mala a Palacio de Gobierno para tomarse fotos.

El viernes volvió a usar los recursos del Estado tan solo para ir a anunciarle al padre de la víctima que se “va a acelerar un poco los trámites”. ¿Era necesario que vaya si ya se había encargado del asunto la ministra de la Mujer?

Insistimos, resulta muy difícil esperar que los nuevos integrantes del Gabinete sean mejores y aún si eso ocurriera no los dejarían gobernar, como ocurrió con Pedro Francke, Avelino Guillén y Mirtha Vásquez.

El problema no es a quién pone Castillo en la PCM, el problema del país es Castillo. El riesgo del gran desgaste de su figura presidencial y su pérdida de legitimidad es que en medio del río revuelto en que se ha convertido su Gobierno -huelgas en aeropuertos, altísimo costo de vida, incapacidad para resolver conflictos sociales, etc-, a muchos les pueda parecer válido tolerar la delincuencia y podredumbre.

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