En su homilía por Fiestas Patrias, el arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren, ha reclamado para la región lo más importante: el respeto. Si algo ha caracterizado a los últimos gobiernos ha sido, precisamente, su visión torpe y limitada para tratar con las regiones, y, en cambio, centrarse casi exclusivamente en Lima. En el contexto de consolidación del crecimiento, periodo que medió entre los años 2000 y 2016, las regiones tenían una importancia casi exclusivamente económica, como campos de explotación de recursos, como fuentes de materias vendibles, obviándose su rostro cultural, sus necesidades sociales y sanitarias, su desarrollo infraestructural. Se trataba de una importancia apenas funcional que, lamentablemente, todavía impera como paradigma en la administración pública. 

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Como bien lo señala el jerarca eclesial, ha sido una falta de respeto que el Ejecutivo no considere el pedido de las autoridades piuranas de los S/ 1.200 millones para las obras de prevención, para las reiteradas emergencias sanitarias, etcétera. Pero no podemos olvidar que nuestros gobernadores y alcaldes también han sido, de alguna manera u otra, responsables de no ser escuchados. 

En el caso del GORE, se arrastra la mala fama de las gestiones anteriores que, como la tortuga, escondían la cabeza cuando se trataba de dialogar con el Ejecutivo de turno, o simplemente dejaban que la gestión avance en piloto automático, desentendiéndose de todo y gobernando desde un oscuro escritorio, sin rendir cuentas y llevando la grosería a un grado virtuoso, sin importar que al final del camino solo hubiera un precipicio. La gestión de Neyra actual tiene que reconstruir la imagen de seriedad del GORE para convertirlo en auténtico vocero y adalid de los piuranos. 

De los alcaldes no hay mucho que decir: las pistas de las provincia, los servicios más elementales y, en general, la fisonomía de las ciudades y distritos, es similar a la de los pueblos tercermundistas, y ello se debe a la falta de gestión. Sí, es cierto que las comunas no cuentan con enormes presupuestos, pero también es cierto que cuando tienen dinero, gastan un cachito en obras de medio pelo y calidad dudosa.  

Sí, el arzobispo Eguren tiene plena razón, nos faltan el respeto, ¿pero quién o quiénes lo han permitido?