Cuando se le pregunta a las autoridades por qué no se ha conseguido mayor presupuesto, la respuesta es que no ha habido más proyectos que sustentar. Y cuando, en nuestra validísima preocupación, preguntamos por qué no se presentaron más proyectos, la respuesta de las actuales gestiones es que las antecesoras no dejaron nada por trabajar. Y así, culpando al precedente, nos pasaremos la vida entera.
Es impensable culpar a la ciudadanía por sus preferencias políticas, pero queda claro que aún no cala en la conciencia de la población la idea de que, más que nombres y promesas, necesitamos gestores, verdaderos constructores y no individuos que se excusen constantemente en lo que no hizo uno u otro, una excusa que suena tonta cuando recordamos que entre las actuales autoridades hay personas con experiencia de gobierno.
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Es esta situación, esta orfandad de líderes, la que condena a Piura a ser escenario de desastres cada año, con lluvia o sin lluvia, con ciclón o sin él. Es imperdonable que la demasiada experiencia de los piuranos en enfrentar estas situaciones no haya servido para reformular las formas de gobierno, para replantear el estilo de gestión. Una región en constante emergencia no puede resignarse a ser el campo experimental de ingenieros incompetentes, de obreros sin alma y autoridades sin vocación de serlo. ¿Cómo podemos quejarnos del centralismo, si parecemos incapaces de manejar nuestros propios destinos? Convocamos marchas por más dinero cuando hemos obviado exigir a nuestras autoridades (alcaldes, gobernador y todos quienes tengan poder de decisión en Piura) mayor diligencia para gestionar nuestro presente y nuestro futuro. En estos momentos, el dinero es importante, pero también lo es saber quién lo va a manejar, quién lo va a gastar y de qué manera lo hará.
Una gestión eficiente es la suma de tres factores principales: el gestor, los recursos y el plan. Es tiempo de reclamar respeto y verdadero trabajo para el progreso de nuestra región.