Uno de nuestros peores rasgos nacionales es la mezquindad: políticamente hablando, somos incapaces de proceder sin albergar la intención de tomar ventaja, o hacer lo mínimo para que otro haga de más.
Es la lógica del más vivo, la misma que a nuestros gobernantes les impide ser más empáticos y desarrollar políticas que faciliten el progreso armónico de las jurisdicciones. “¿Ayudar al sucesor? ¿Para qué?”, suele ser el pensamiento básico que desde los albores de la República nos han impedido trazar las grandes líneas maestras del desarrollo.
En Piura, por ejemplo, tenemos el decepcionante caso de los hospitales dejados a su suerte. ¿Dejará el gobernador García los platos sucios para que el sucesor se los lave? Debemos admitir que así ocurrirá. Durante cuatro años hemos tenido como gobernador a alguien que, paradójicamente, provoca el desgobierno. Su corta visión para la política le sugiere que es correcto huir y dejar el problema de los hospitales a su suerte. ¿La siguiente gestión logrará hacer algo en beneficio de la salud piurana? Quién sabe. Es probable que nos reencontremos con esta lógica miserable que hace pasar las primeras piedras por obras ejecutadas, pero esperemos que el futuro inmediato traiga mejores cosas para todos.
Hasta aquí mencionamos al gobernador saliente, el que dentro de poco se irá sin pena ni gloria. Toca hablar del futuro. Ya sea que los votos favorezcan a Reynaldo Hilbck o a Luis Neyra, el desafío es el mismo. Es urgente reactivar la región y ejecutar los hospitales que tanta falta nos hacen. Es preciso que el nuevo gobernador convoque al empresariado y se abran las opciones a las formas eficientes de inversión y construcción. Obra por impuestos, a suma alzada, entre otras, variedad hay pero es necesaria la voluntad política y el consenso de las fuerzas políticas y la ciudadanía cuando lo amerite.
El problema de los hospitales y de las demás obras abandonadas en Piura debe servirnos para pensar mejor nuestro voto en la segunda vuelta que se avecina: ¿qué perfil de gobernador necesitamos? Debemos escuchar a los contendientes porque se necesita un gestor a quien no le tiemble la voz cuando se trata de la defensa de nuestros intereses. Un gestor capaz de crear políticas para el futuro.
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