Cuesta mucho pensar que los últimos treinta años han sido de progreso cuando las principales ciudades del norte, las que son alabadas continuamente por su prodigalidad y por sus riquezas, no tienen drenes ni puentes fuertes ni cultura de prevención ni obras con el mismo fin, etc.
Decir que por estas tierras se sintieron las tres décadas de crecimiento y desarrollo es casi una broma macabra.
No se puede hablar de progreso real cuando cada verano debamos pasar por el mismo proceso de terror patológico que nos provocan las lluvias. Las de este año, sin ser propias del Fenómeno El Niño, han puesto contra el muro a las autoridades cuya reacción ha sido tan pobre y tan escasa de criterio que se ha limitado en algunos casos a ordenar sacar el agua con palanas.
Con semejantes autoridades no tenemos mucho que hacer ni a dónde ir. El único anuncio importante ha sido el de la dotación de maquinaria y una partida económica.
El sector privado quiere apoyar pero, como bien lo ha dicho el titular de la Cámara de Comercio de Piura (Camco), Javier Bereche, se requiere de un plan. ¿Tendrá el Ejecutivo un plan mejor que sacar el agua con palanas o que limpiar la basura de los ríos poniéndola a un costado? Por el momento, lo dudamos.
Podríamos disculpar al Gobierno aduciendo que nadie podía adivinar que llovería, pero no estamos en la edad de las lobotomías ni demás obsolescencias: cualquier ciudadanos -y, con más razón, el Gobierno- tiene acceso a las predicciones del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi). Quince días antes de las lluvias, el Ejecutivo fue informado de la probabilidad de precipitaciones en el norte del país. ¿Se hizo algo? Nada. ¿Se agilizó unas obra, se potenció algún puente? Nada.
Si en seis años no se ha hecho nada por los moradores del campamento San Pablo, que siguen en la vera comidos por zancudos y moscas, ¿qué pretendemos los demás que nos enteramos de esta y otras cosas al amparo de un techo fuerte?
Y nuevamente nos queda esperar, estar atentos a que caiga la partida y vigilar que ella no se haga cada vez más chiquita al pasar de una mano a otra. Esperemos que en esto, al menos, la corrupción y la insensibilidad no golpeen más fuerte que los interminables aguaceros en esta casi siempre zona castigada del Perú.
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