Bastante revuelo y acritud ha provocado la reunión del viceministro de interculturalidad, Juan Reátegui Silva, con la “asociación civil” La Resistencia.
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¿Nuestra democracia es boba o solo estamos frente a un elemento distractor con la potencia suficiente para canalizar la indignación ciudadana, reabrir insustanciales debates y evitar que hablemos del libro plagiado de Dina Boluarte, de la “Toma (o marcha) de Lima” y de la crisis institucional generalizada que, quiérase o no, demanda la acción transformadora de la sociedad?
En principio, resulta difícil de comprender por qué el Ejecutivo accedió a una reunión con uno de los grupos más violentos y antidemocráticos del país. Aunque los integrantes de La Resistencia son una minoría, son bulliciosos; boicotean presentaciones de libros, arrojan excrementos en casa de opositores -casi todos identificados con los vacíos términos “caviar”, “comunista”o “rojo”, incluso si se trata de individuos de probada personalidad democrática y sin sospecha de querer instaurar alguna distópica dictadura del proletariado- y salen a encarar de manera violenta a quienes protestan -con o sin razón, pero haciendo uso de sus facultades constitucionales-.
Sus métodos son de pandilla, son de nazis: agreden física y emocionalmente a quienes consideran su “enemigo”, amenazan de muerte a autoridades y disfrazan su discurso violento con la victimización -en este caso, con el racismo que dicen sufrir-. ¿Por qué querría el Gobierno asociarse a semejantes energúmenos que se autodenominan patriotas, como si la Patria no tuviera en Grau un ejemplo mil veces mejor de verdadera entrega al ideal nacional?
Tal parece que Boluarte -o el premier Otárola, a quien muchos señalan de tomar las verdaderas decisiones en el Ejecutivo- pretende desviar los cuestionamientos sobre sí y no duda en sacrificar a una ministra -la de Cultura, en este caso- y un par de funcionarios más con tal de salvarse de una bancarrota moral que, a puertas de una marcha que, definitivamente, no se desarrollará de manera pacífica, resulta “mortal”. Esta jugada no solo es arriesgada, sino tonta, aunque no creemos que tenga un efecto devastador sobre el Ejecutivo.
La sociedad peruana está demasiado acostumbrada a la polarización conflictiva sin intercambio inteligente de ideas. Así pues, la Resistencia existe en terreno fértil.