La crisis política no solo tiene que ver con la calidad de nuestras representaciones en el Congreso o en la presidencia o en cualquiera de los entes estatales.

También tiene que ver con la dificultad de los partidos para hallar cuadros que puedan candidatear y ser potenciales voceros de la ciudadanía.

Y la culpa, hay que decirlo, es de los propios partidos que durante años se sentaron en el concepto de democracia que implica alternancia en el poder, educación de militantes y formación de futuros cuadros.

Este fenómeno no es privativo de los partidos tradicionales -la vieja y vetusta partidocracia que dejó de monopolizar la vida política desde los años 90-, sino que se extiende a las nuevas agrupaciones.

El Partido Morado, por poner un ejemplo, tiene congresistas y es probable que tenga candidatos congresales. ¿Tendrá candidato presidencial? Es una incógnita.

El mismo problema lo afrontan el PAP, Fuerza Popular (¿estará Keiko Fujimori libre para los comicios?), Acción Popular (una decepción política en el instante mismo de su reaparición en escena), Frepap (que pasó de la prudencia prometedora a cobijar bajo sus túnicas la misma perorata demagoga de los sectores menos entendidos del Congreso y la ciudadanía), etc.

Sin excepción alguna, los partidos se encuentran en aprietos porque las elecciones se aproximan y no hay rostros presidenciables visibles.

La tecnocracia que dominó los años de la dictadura fujimorista dio por concluido el capítulo de las ideologías; el retorno a la democracia debió significar un renacer del debate y de las ideas, en sintonía con las grandes manifestaciones políticas que ocurrieron a principio del nuevo milenio.

No obstante, nuestro país no supo colocarse en dicha órbita y se pretendió replicar un sistema ya fracasado.

Urge renovar la política, conviene añadirle tintes técnicos para no caer en discursos vacíos, pero debe tratarse, fundamentalmente, de política.

La política es la ciencia de las organizaciones humanas. Un país fragmentado, en que el odio campea sobre las propuestas, requiere urgentemente una dosis de política, de diálogo, de debate, de consensos y disensos constructivos.

Precisamente, la siguiente página de la historia de nuestro país debe escribirse con optimismo y con verdaderos ánimos de reformular el país, con verdadero desarrollo, educación y salud universal.