El Gobierno es, paradójicamente, una masa humana e ideológica sin orden ni concierto. Por un lado, plantea mejorar su relación con el sector privado y darle garantías de que el país es viable a pesar de la crisis generalizada; sin embargo, en un giro que no parece dictado por la normalidad, la gestión de Dina Boluarte y su premier, Alberto Otárola, deciden entregarle lotes petroleros a Petroperú, la “empresa” pública, el barril de crudo perforado con los parches más caros del mundo. Finalmente, para más inri, el mismo Otárola ha dicho que no se continuará financiando con plata pública el déficit de Petroperú. ¿En qué quedamos?
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La incapacidad del actual Gobierno para definir su identidad, sus metas y sus métodos es el resultado de la combinación de muchos factores, todos englobados en el oportunismo: Boluarte es una mujer originalmente vinculada a la izquierda cerronista, fue socia política de Castillo y, posteriormente, en el ocaso del mandato de profesor-rondero (?), se distanció de Perú Libre. Ya en el poder, Boluarte buscó el apoyo del Congreso y de la derecha representada por el cuestionado Alberto Otárola, cuya trayectoria incluía la crisis de Kepashiato, en el gobierno de Ollanta Humala. Negociar con Dios y con el diablo, y sentar en la misma mesa a tirios y troyanos hasta el punto de no saber cuál es cuál ha sido el modus operandi de su gestión, marcada siempre por el equilibrismo y la falta de claridad justo cuando se necesita una idea firme y un programa claro, integrador, pero no claudicante para sobrellevar la crisis.
Los que desde los ministerios aplauden estas peligrosas inconsistencias olvidan algo fundamental: que solo el orden jurídico, la seguridad y la estabilidad política es decir, que existan el disenso y el consenso, que la discusión y el debate se ciñan a lo real y lo legal son las bases de un país próspero. La prosperidad es, nos guste o no, dinero. No entrará dinero al país si seguimos ese estilo de política precaria que depende del estar bien con todos realmente con todos y da señales equívocas de superficialidad y de incapacidad para entender cómo gobernar. Encima de todo, con el cuajo de mentir en el extranjero, al Papa incluido, dibujando al mundo un Perú que todos soñamos, pero que, lamentablemente, aún no vivimos, y quién sabe hasta cuándo.