La informalidad es un flagelo terrible que se extiende al plano inmobiliario, al transporte, al manejo de la basura, etc.
En las páginas de la presente edición vemos casos de policías involucrados en tráfico de terrenos, operativos en los que se descubre a transportistas circulando sin permisos, irresponsables que arrojan colchones que sirvieron de última cama a pacientes COVID fallecidos, pero se que ventilan en improvisados botaderos. ¿Es posible decir que hemos formado ciudadanía o estamos lejos de dicho ideal?
La consolidación de la ciudadanía pasa, forzosamente, por la formalización en todos sus sentidos. No podemos decir que la democracia es funcional, que la república es viable, si convivimos con el hampa enquistada en instituciones, como la Policía Nacional; tampoco podemos decir que somos una sociedad si creamos basureros en cada esquina en desmedro de nuestros vecinos.
Existen estándares mínimos de convivencia que debemos respetar. Necesitamos, por ejemplo, que nuestros estudiantes vuelvan al dictado de lecciones: 230 mil escolares han abandonado las aulas en un contexto de crisis sanitaria, pero también de decrecimiento nacional.
La educación ya no es gratuita desde que el Internet se convirtió en una condición para tomar las lecciones. Necesitamos formalizar la educación gratuita y necesitamos formalizar muchos otros aspectos para poder decir que, en efecto, caminamos hacia el desarrollo y hacia la justicia.
En estos párrafos hemos repasado algunos aspectos que hablan de manera elocuente de lo que somos como sociedad, como grupo humano.
Es preciso que arreglemos las cosas para poder crecer. Es necesario que en las instituciones imperen reglas y una cultura de meritocracia y manos limpias. En nuestra portada informamos sobre una presunta mafia que integraba, justamente, a aquellas personas encargadas de velar por el orden en las calles y combatir a la criminalidad.
Si no tenemos claro que las instituciones son las guardianas de la identidad del ciudadano, no tenemos un norte hacia dónde apuntar. Es lo mismo que no tener un plan de desarrollo urbano, pero -mucho peor- a nivel de conciencia, a nivel de espíritu humano.