Antes de formular juicios de valor cosa para la cual los peruanos, y los piuranos en particular, somos muy buenos debemos tratar de ponernos en los zapatos de algunos de nuestros compatriotas: ¿por qué los habitantes de La Bocana (Colán) y la Isla de San Lorenzo (Vichayal) se resisten a dejar sus viviendas a pesar de que la inundación parece ser inminente? Si miramos a la experiencia del trato a las poblaciones vulnerables, podemos hallar una razón.
Para muchas personas, los refugiados del kilómetro 980 de la vía Piura-Chiclayo son fantasmas, espectros que aparecen de vez en cuando en la memoria pero que rápidamente desaparecen. Fuera de estos raptos o jugarretas de la mente, no nos acordamos de ellos más. En las mentes de los políticos jamás estuvieron y ni siquiera los candidatos, con tantas promesas a flor de labios, se han acordado de estos compatriotas que duermen en carpas a la espera de las casas y los módulos que les fueron ofrecidos hace seis años para que reconstruyan sus vidas rasgadas por el agua. Sabiendo esta historia, sabiendo de sus luchas por sobrevivir sin tener nada, ¿alguien querría abandonar su casa para correr en pos de ofertas cuyo cumplimiento nadie garantiza?
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En las últimas horas, en las redes sociales, muchas personas han llamado “irresponsables” y “locos” además de otros calificativos que evitamos reproducir a quienes se niegan a salir de estas zonas a punto de ser devoradas por el caudal desbordado del río Chira. Luego de haber pasado por desastres de todo tipo incluyendo el abandono económico, la cruel pandemia, el dengue y otros males deberíamos haber aprendido a mirar al otro como un hermano a quien comprender y ayudar, en vez de verlo como a un inferior sobre el cual hemos de volcar nuestras incomprensiones y prejuicios.
¿Es preciso auxiliar a los afectados de Colán y Vichayal? Por supuesto que sí; comprender al otro no significa abandonarlo, sino tratar de convencerlo de los verdaderos peligros y asegurarle éste es el gran reto que hay algo mejor que sujetarse a una tierra que pronto podría quedar bajo el agua. Las autoridades, que tantas decepciones suelen darnos, deben convertirse en garantes de que los derechos a la vida digna, a la vivienda y a la seguridad se cumplirán sí o sí. Esperamos acciones.