Eufemísticamente, se está diciendo que “Caretas” se encuentra, desde el mes pasado, en un proceso de liquidación, lo cual es cierto, pero no del todo. ¿Por qué? Porque las cosas dichas así sugieren que esta legendaria revista se hallaría, por el momento, agonizando y que aquel proceso de liquidación sólo vendría a ser el comienzo del final, al revés de lo que quiso decir Winston Churchill cuando los británicos peleaban con los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Churchill dijo entonces lo siguiente: “este no es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio”.
“Caretas” ya si siquiera agoniza. Por la información que se tiene y se viene difundiendo mas los hechos, diríamos que ésta ya fue. Que ya es difunta. Lo que quiere decir que -hablando de sus fieles lectores- ya no las volveremos a ver circulando semanalmente como antes. Aunque no siempre circuló semanalmente porque cuando nació lo hizo para ponerse en manos de su público cada quince días. El pasado 1 de octubre hubiera cumplido 70 años. Pues vino al mundo en 1950. En plena dictadura de Odría. Y quienes hicieron posible ese alumbramiento fueron Doris Gibson y Francisco Igartua. Dos personajes del periodismo peruano también de leyenda. Sobre todo, la Gibson.
“Caretas” fue una revista que pegó rápido tan luego nació por su desgarbada manera de decir las cosas, y una novedad, en aquellos días, por romper los moldes en uso entonces respecto a la fotografía. Agrandó las que comenzó a publicar para ilustrar sus notas. Pero fue con Enrique Zileri, hijo de doña Doris Gibson, ambos ya fallecidos, ella en agosto del 2008 y, él, en el 2014 y en el mismo mes, cuando la revista incubó el estilo que la distinguiría definitivamente a partir de allí para adelante. “Un estilo -como lo ha dicho no hace mucho Luis Pásara- moderadamente irreverente, típicamente criollo, sabrosamente expresado”. Toda una escuela, agregaríamos nosotros. Porque en verdad lo fue
Siento la desaparición de “Caretas”, en lo personal, porque, además de que, para entonces, ya era uno de sus viejos lectores, alguna vez, a principios de los 80, también me hizo sentir parte de ella. O lo fui. Creo que lo fui. Pues en más de una ocasión vi notas mías publicadas en sus páginas y cuando cumplió 50 años, en una edición extraordinaria por la fecha, publicó una larga lista mencionando en ésta los nombres de las plumas que habían escrito en ella y el mío figuraba allí.