Muchos de nosotros al recibir el año a las cero horas del 1 de enero dijimos o escribimos en redes: “2020, sorpréndeme”. El año cumplió, nos está sorprendiendo y de qué manera: en los tres primeros meses veíamos a diario en las noticias miles de contagiados y muertos por el COVID-19. Muchos creímos que nunca nos alcanzaría estarealidad cruel y dura.
Pero el virus nos ha desnudado socialmente, evidenciando nuestras falencias como Estado y como personas. Está más que claro que nos falta mucho por hacer, pero cómo esperamos cambiar esa realidad si no empezamos por nosotros mismos.
Los peruanos nos caracterizamos por siempre quejarnos de todo. Para nosotros siempre hay algo malo dentro de lo bueno y obvio que tenemos nuestras razones para pensar de esa manera, pues la historia nos precede; pero acaso nos hemos preguntado alguna vez si somos responsables de muchas de las situaciones que atraviesa nuestro país.
Pese a los esfuerzos y disposiciones del Gobierno, que evidentemente ha cometido errores en el camino, este no es el único responsable del alto número de contagios y fallecidos, sino también nosotros. Hoy que tenemos una sociedad donde el contacto físico está prohibido, donde ni si quiera podemos abrazar a nuestros seres queridos, quizás Dios nos da la oportunidad de cambiar, no lo hacemos y seguimos actuando igual.
Estos problemas no son de ahora, son muy antiguos, lo sabemos pero no mejoramos como personas. Mientras prime el egoísmo e individualismo, no cambiará nuestra sociedad y siempre viviremos quejándonos y esperando que otros solucionen los problemas que nosotros mismo originamos.
No es hora de reclamar, sino de reaccionar y actuar. Que el dolor de esta situación nos purifique para un verdadero cambio y nos permita reflexionar; pero, sobre todo, actuar de manera empática. Como leí alguna vez “Está bien que vengamos del mono, pero no hay porqué regresar”.