El levantamiento de algunas restricciones por parte del Estado, en la lucha contra la pandemia, deja la sensación de que el virus de la COVID-19 va en retroceso. El efecto sicológico de estas decisiones de gobierno en la población es bueno, pues de a poquitos (parece) estamos volviendo a la “normalidad”.
Es beneficioso, también, la reapertura de playas, pues deja la puerta abiertas para que los empresarios hoteleros y de restaurantes reabran sus locales, cerrados desde hace un año con pérdidas cuantiosas, al igual que los cines; entre otras medidas de ampliación de horarios y aforos en centros comerciales. Todo ello contribuye a que la economía empiece a recuperarse.
Sin embargo, no podemos confiarnos. El virus no se ha ido, sigue esperando por los confiados, agazapado en algún local cerrado, en una puerta o entre las manos de algún pariente cercano. Si bien se ha aprendido a combatirlo, seguimos con carencias de camas UCI y personal médico, por lo que, si bien estas medidas ayudan a mejorar la economía y nos da alivio mental, no podemos dejar de lado el protocolo de seguridad, la mascarilla y el distanciamiento social.