Desde antes del COVID-19 ya estaba documentada la obsolescencia de los paradigmas educativos que siguen vigentes hoy en día, con buena parte de alumnos que se aburren en los colegios, aprenden poco, fracasan, no se sienten incluidos ni retados. En este contexto de crisis se ha creado la gran oportunidad de dar un gran salto para adelante, para reinventar los paradigmas educativos y dar por terminado el ciclo insatisfactorio del pasado. Quizá fue útil para el siglo pasado, pero ya no lo es para el presente.
Esta constatado que lo que no funciona es la educación talla única, orientada a enseñar y aprender para los exámenes que se abordan de modo individual, un currículo que no es significativo para los estudiantes, los cuales no cultivan su autonomía, ni ejercen su autodeterminación; tampoco se conectan con temas de relevancia para el mundo real.
Es una educación que no los prepara para el mundo presente y futuro que demanda creatividad, pensamiento emprendedor y crítico, colaboración y comunicación, potenciar los talentos, intereses y necesidades individuales, lo cual no se condice con propuestas “talla única”.
Lo que funcionaría en estos tiempos es convertir a los alumnos en copropietarios de sus procesos de aprendizaje. Es decir, basarse en un currículo amplio, flexible, relevante, que permita centrarse en las fortalezas, talentos e intereses de los estudiantes, que puedan ser más autónomos y ejercer su autodeterminación respecto a lo que les resulta relevante aprender, más conectados con los problemas del mundo real, orientados a obtener colaborativamente productos o servicios que resuelven problemas, con un enfoque globalizador tanto en cuanto a sus conexiones sin fronteras como al estudio de problemas globales (global mindset).
La mayoría de los directores y profesores están de acuerdo con esta nueva visión sin embargo el principal freno es el estado mental del “sí…pero”, donde el pero se convierte en el conjunto de excusas para no cambiar las cosas. Por ejemplo, “si nos va bien, ¿por qué cambiar”? o “cómo innovar si nos obligan a cumplir el currículo y los estándares oficiales” o “necesitamos recursos que no tenemos” o “peligra la admisión a las universidades”, etc.
Este pero puede ser debilitado por un Minedu que empodera a los colegios a innovar (poniendo el pie en el acelerador) o acentuado por un Minedju que prefiere la seguridad del status quo (poniendo el pie en el freno a la innovación). A falta de Minedu empoderador, solo les queda a las instituciones con coraje innovador a encontrar los resquicios en las normas para atreverse a reformular sus quehaceres y aportar a la comunidad los hallazgos de sus innovaciones.