Siempre me he preguntado, cuando vuelvo la mirada hacia atrás y comparo tiempos, por qué Piura fue dejando de ser lo que fue antes. Se perdió, creo, un poco de identidad porque ya no hubo gente que, mirándola con ojos complacidos por lo que era, se preocupara, también, por hacerla diferente sin cambiarla. Una dicotomía que piuranos de distintas épocas resolvieron sin hacerse bolas y que, ahora, ya nadie hace ni lo intenta.
A mitad de los 70, no bien acabé la universidad, tuve la suerte de engancharme rapidito en la redacción de un diario de Piura, que fue “Correo”. Más tarde, aterrizaría también en la de El Tiempo. Ambas experiencias periodísticas me acercaron a muchos piuranos que fueron, en su momento, gente muy respetada y notable. Uno de ellos fue Humberto Requena y digo fue porque ahora, de él, hay que hablar definitivamente en tiempo pasado. Pues acaba de morirse.
Pensando. Si este viaje sin retorno hacia el más allá termina llevándonos a algún lugar donde podremos reencontrarnos con las personas con quienes compartimos este mundo; si fuera así, como deseaba Luis Alberto Sánchez que lo fuera -la nada al final del camino sería horroroso, decía él-, a esta hora Humberto estará ya contándole las últimas a quien acá fue, durante años, su pata del alma: don Alejandro Alberdi Carrión. Él partió primero y de eso hace ya como treinta y tantos años. Mire, cómo corre el tiempo.
Humberto, que puso en la misma balanza sus querencias, tanto para Piura como para Catacaos, donde nació, era parte, pues, de esos piuranos que, en sus tiempos, no necesitaron de un carguito público para ser lo que fueron. Si los tuvieron, ellos más bien lo honraron aceptándolos. Tampoco, jamás, nunca, hicieron un rompecabezas de esa aparente dicotomía de cambiar Piura sin que ésta dejara de ser la misma. Procuraron, metiendo el hombro allí donde había que ponerlo, para que así fuera.
Cuando Velasco tomó el poder en 1968, y se instaló en Palacio de Gobierno, más de una vez tuvo como contertulio a Humberto. Y cada vez que se daban estos encuentros él se le acercaba para decirle al oído que, por favor, no diera marcha atrás con Poechos. Humberto, que también fue un hombre visionario, le decía a Velasco, empleando el lenguaje de la época, que, con esta obra, revolucionaría la agricultura de Piura. “Le hablaba así para darle en la yema del gusto a ese jijuna”, me dijo en cierta ocasión matándose de risa. Así era él. Cómo no recordarlo.