La estrategia de los gobiernos anteriores a este de pagar buenos sueldos a los profesionales y técnicos que laboran en el sector público fue básicamente para contar con los mejores especialistas en cada sector productivo o de servicios. Y, en segundo lugar, para evitar que un funcionario, si está bien pagado, caiga en la tentación de la corrupción, aunque hay excepciones a la regla.
El populismo del presidente Pedro Castillo y su corte de cerronistas, intentando polarizar más al país, ha salido con la perorata -siempre a contracorriente-, de bajar el sueldo a los funcionarios públicos, ministros y congresistas porque según sus cálculos ilusorios, esto permitiría un buen ahorro al Estado que podría ser destinado a los “pobres”.
Lo que no termina de entender este gobierno sin brújula es que reducir el sueldo generará una estampida de buenos profesionales quienes en el sector privado podrían ganar mucho más. Las consecuencias es que el Estado se quedará sin talentos y lleno de incapaces y neófitos.
El ejemplo ya está en Salud y Migraciones, donde la informalidad está pasando factura con la vacunación y la entrega de pasaportes.
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