Quiero empezar estas breves palabras enviando un saludo muy afectuoso y cristiano a mi queridísima Piura. De manera especial a tantos amigos y amigas, de distintos colegios, parroquias, movimientos… que, a lo largo de mis 10 años hermosos, hemos podido compartir alegrías y tristezas, así como batallas por llevar esperanza y la alegría del Señor a tantos corazones. Lo que me motivó a escribirles, finalmente, fue la reapertura de las Iglesias este lunes pasado.
Sé muy bien que están pasando por tiempos muy duros. No solo por las dificultades, los recursos limitados y la impotencia que sentimos todos frente a esta situación, que parece no terminar. Creo que más difícil que esto es mantener la esperanza viva. Me refiero a la esperanza cristiana, que se sostiene en la fe que tenemos en Jesucristo, nuestro Señor. El dolor y el sufrimiento desgarrador por el que atravesamos, la enfermedad y la muerte que golpean cada vez más a nuestros amigos y familiares puede hacernos – no a todos – dudar del Amor y Misericordia de Dios. ¿Cómo un Dios que nos ama permite tanto dolor? No nos olvidemos que Él ya se sacrificó por nosotros en la Cruz. Quiso experimentar en carne propia el sufrimiento, para comprender y acompañarnos en el dolor. Pero no nos olvidemos que ya está Resucitado. Nos ha dado la vida. Más allá de las tristezas y angustias que vivimos, cada vez que rezamos el “Padre nuestro”, pedimos que su Reino venga y habite en nuestros corazones.
Finalmente, quiero mandar un saludo afectuoso a un gran amigo personal, que lo tengo en mi corazón; pero, sobre todo, hermano en la fe. Alguien que – soy testigo de primera mano – ha luchado por el pueblo y, en especial, por la Iglesia tan querida de Piura. Monseñor José Antonio. Quiero agradecerle públicamente por sus esfuerzos denodados por acercar la presencia del Señor Jesús a cada uno de ustedes. Desde el comienzo de esta Pandemia… llevando el Santísimo Sacramento por las calles, mandando mensajes de aliento y esperanza cristianos las veces que veía necesario, y, ahora, fruto de un esfuerzo concienzudo y preocupación tenaz, reabriendo las puertas de la Iglesia para que todos puedan revigorar su encuentro personal con el único que nos puede dar las esperanzas que tanto necesitamos: Jesucristo, nuestro Señor. Agradezcan el Pastor que tienen, que tiene un amor entrañable por sus ovejas. Que, en otras ocasiones difíciles, como fue hace pocos años la inundación, que azotó gran parte de la población, sabía que, fruto del amor cristiano, debe brotar también la solidaridad.