Un contenido frecuente en mis grupos de WhatsApp son bellos paisajes de lagos, mar y campo, casi siempre en situaciones familiares que provocan sana envidia. Aunque esa sea la intención, hay casos en que esa envidia puede no ser tan sana y a veces ni siquiera es envidia, pues sin duda esas imágenes son solamente la parte visible y realmente no sabemos cómo se siente el remitente, lo que dependerá más bien de su compañía y del momento por el que atraviesa.
Lo que quiero decir es que tanto o más que la belleza, placidez y buen clima del lugar lo importante es el espíritu, la calidad y afinidad del grupo de acompañantes.
Recuerdo que cuando me fui recién casado a vivir al Canadá era sumamente agradable recibir la visita de mis hermanos o amigos, no importaba mucho que fuese la enésima vez que iba a visitar las Cataratas del Niágara, pues el hecho de no ser un sitio nuevo para mí quedaba largamente compensado por el incomparable placer de compartir con ellos y ser una especie de anfitrión y guía turístico, pero por sobre todo disfrutaba de su presencia, de sus sonrisas y de ver el agrado en sus rostros.
Muchos nos felicitaban por mudarnos a vivir a un país tan bello e incomparable como Canadá, tanto por su belleza natural (a pesar del clima frío) como por su desarrollo social y económico, así como por su estabilidad y riqueza. De hecho, casi todos daban por descontado que éramos dichosos y afortunados, alejados de la crítica situación de fines de los 80 en el Perú.
Obviamente mi estadía en Canadá no era un viaje de vacaciones sino un nuevo hábitat laboral y a la vez un medio extraño donde el ansia de comunicación con la familia distante nos hacía revalorar exponencialmente sus visitas, acogerlos con brazos abiertos y gozar mucho más esos disfrutes compartidos.
Meditando sobre lo anterior concluí que “estar en un mejor lugar” es relativo pues antes debía pasar por una importante pregunta: ¿cómo estás? Y la respuesta siempre depende de si uno se ha adaptado al medio, si ha conseguido un buen trabajo y, sobre todo, qué tan feliz puede uno sentirse al estar alejado de sus seres queridos.
Es sabido que los momentos realmente felices son escasos y breves; asegurarse de contar con grata compañía para compartirlos es la única garantía de una verdadera felicidad.