¿Por qué razón nos interesa tanto saber cómo falleció alguien? ¿Quizá porque nos recuerda que somos mortales y somos incapaces de controlar ni cuándo ni dónde nos va a tocar?

Será por eso que decimos “cuídate mucho” para expresar nuestro sincero deseo de ponernos a buen recaudo y así estar siempre alejados de la enfermedad o de accidentes mortales. Sobre todo, cuando corremos riesgos o cuando el entorno, el barrio, la zona o los caminos que utilizamos, son amenazantes.

Cuando recordamos a un personaje extinto, solemos tener muy presente la forma cómo falleció. Estoy convencido que en una encuesta muchos dirían que la mejor forma de morir es casi sin darnos cuenta, por algo súbito e indoloro, exento de violencia y sin una extendida agonía.

Hay excepciones. Mi padre, quien cuando se refería a algún proyecto, deseo o emprendimiento, acostumbraba decir “si Dios me da vida”, nos confesaba que quería saber cuándo iba a morir para así, tal como lo supo hacer en vida, hacerse cargo de los preparativos y de su legado. En especial en el plano intelectual y moral, él quería conversar con sus hijos, darles sus mejores consejos y dejar todo organizado.

Si bien eso quizás implicaba una larga enfermedad, el destino quiso que fuese víctima de una caída fatal, circunstancia que no impidió un abierto intercambio con los suyos, pues estuvimos en un almuerzo familiar donde disfrutamos ampliamente del relato de confidencias, recuerdos y graciosas ocurrencias. Se fue sin sufrimiento, rápido y con toda la familia a su alrededor. Una bendición.

Deliberadamente me he explayado en este detalle para hacer notar cuánto valoramos la forma en que parten nuestros seres queridos, lo que usualmente evocamos antes que otros aspectos más relevantes. Hechos inolvidables compartidos, frases frecuentes, sabios consejos y su manera de ser, como en el caso de mi padre: una persona imaginativa, decidida, tenaz y magnánima.

La herencia de quien se fue y la memoria sobre la coherencia de alguien que enseñó con el ejemplo de vida su vocación de servicio, el respeto por los demás y valores como la verdad y la honestidad, deberían prevalecer en todos los casos. Realmente no importa tanto cómo murió, lo que vale de veras, es cómo vivió.