En cualquier país, la cárcel de máxima seguridad es el último destino de narcotraficantes, terroristas y criminales de alta peligrosidad. En el Perú, en cambio, el penal de Barbadillo se ha convertido en un ‘exclusivo club’ para exmandatarios con un currículo común: juraron “servir al pueblo” y terminaron sirviéndose del Estado como si fuera un buffet gratis. Martín Vizcarra acaba de ingresar… ¿será el último?
Cinco expresidentes son “socios” distinguidos de Barbadillo: Alberto Fujimori (+), Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Castillo y, por si faltara variedad, Alan García que, antes de ser inquilino, optó por una salida dramática. A esa lista hay que sumar a Pedro Pablo Kuczynski, quien, por razones de edad y salud, ‘disfrutó’ de arresto domiciliario. Ahora, con Martín Vizcarra nuevamente acorralado por acusaciones de corrupción, los peruanos confirman que la dramática historia de los expresidentes no solo es cíclica… se ha vuelto un siniestro ritual.
Con un nuevo inquilino en el ‘Club Vip’, la imagen del Perú a nivel internacional se pinta grotesca: exmandatarios que llegaron al poder prometiendo limpiar la política, reducir la pobreza, entre otros candorosos discursos, terminaron embarrados hasta el cuello. Algunos justifican su caída como “persecución política”, como si la Fiscalía tuviera un extraño fetiche por perseguir inquilinos de Palacio de Gobierno. Otros ensayan el discurso de víctimas del “sistema”, olvidando que ellos mismos fueron quienes lo manejaron a su antojo; otros tantos culpan a sus siniestros socios.
Lo real es que la prisión de Barbadillo no es grande, pero es suficiente para ser el espejo más incómodo del país. Ahí se concentra los últimos 30 años de historia política, comprimidos en celdas con televisor, visitas restringidas y seguridad del Estado. En otros países los expresidentes dictan conferencias, aquí viven en celdas, todo pagado por los contribuyentes que alguna vez creyeron en ellos.
Tras el destino de Vizcarra, el morbo político es inevitable: ¿será Dina Boluarte la próxima socia honoraria de este exclusivo club? Las investigaciones por presunto enriquecimiento ilícito, lavado de activos y otras perlas todavía están en curso, pero si la estadística no miente, hay una alta probabilidad de que su foto termine colgada en la “galería oficial” de Barbadillo. No sería un pronóstico pesimista, sino la continuación lógica de la saga: en el Perú, ser presidente es casi un boleto de ida al banquillo judicial.
Pero lo más grave no es que la corrupción toque a la puerta del poder. Es que el poder, en el Perú, parece haberse construido precisamente para corromper. El sistema político se comporta como un mecanismo perfecto para producir mandatarios con alto potencial delictivo: campañas financiadas por oscuros aportes, alianzas con empresarios “generosos” y un Congreso dispuesto a blindar o tumbar gobiernos según la conveniencia del momento. Esta tenebrosa historia no terminará aquí, en el pelotón de aspirantes al poder 2026, también -parece ser- llegan los futuros inquilinos de Barbadillo.
¿Quién sigue?
El resultado de la corrupción en el país tiene un ciclo crónico y enfermizo. Un presidente llega con discurso mesiánico, se aferra al cargo mientras esquiva escándalos, y tarde o temprano acaba entre rejas o exiliado en su propia casa. Luego llega otro, repite la fórmula y la historia se recicla con pequeños cambios de nombre y partido. El peruano, mientras tanto, pasa de la indignación a la resignación, de la resignación al cinismo, pues ya nadie se sorprende. Cuando cae un presidente, no se pregunta “¿por qué?”, sino “¿y ahora quién sigue?”.
Lo feo es que Barbadillo se haya convertido en el símbolo de la política peruana, algo así como el recinto de la humillación nacional, pero también un retrato honesto de la democracia: un sistema que produce líderes de usar y tirar, con fecha de caducidad marcada en rojito por la Fiscalía. Lo más alarmante es que este fenómeno no es obra de la mala suerte ni de conspiraciones internacionales; es consecuencia directa de un modelo político que premia la improvisación, el clientelismo y la impunidad.
Si las cosas siguen así, tal vez el gobierno debería dejar de gastar en licitaciones para hospitales y empezar a presupuestar la ampliación de Barbadillo. Porque al paso que vamos, la fila para entrar será más larga que la de postulantes al nuevo parlamento 2026, pues en el Perú y con el caso Vizcarra, la historia parece ser inflexible e irónica: los presidentes entran por la puerta grande de Palacio y salen a una pequeña, la de un penal.n











