Hace unas semanas coloqué el post “¿Por qué no les preguntan a niños de 5 años cómo resolverían el problema de la falta de oxígeno y las colas en los hospitales? Ellos saben mejor”. No era broma. Era una manera de decirle a los gobernantes y funcionarios que apelen a la plasticidad mental, creatividad y libertad de pensamiento que tienen los niños cuando tienen que imaginar soluciones a sus problemas, de los cuales podrían aprender mucho.
Es inaudita la nula empatía de los gobernantes y funcionarios al permitir que se formen largas y desatendidas colas de personas enfermas, vulnerables y necesitadas de apoyo en los diversos servicios públicos, en particular actualmente los hospitales. Es inaceptable la falta de oxígeno. Si el gobierno hiciera una licitación mundial a resolverse en 24 horas diciendo que cueste lo que cueste en 48 horas necesito tener resuelta esta escasez de oxígeno ¿no habría mejores soluciones que las actuales a la mano? ¿O estarían esperando las propuestas chinas para ver cómo acomodarían un concurso así?
Junto con lo anterior quería mostrar una vez más cómo la escuela y la universidad peruana han deformado profesionalmente a muchas de nuestras autoridades que imaginan una sola ruta para resolver problemas basada en estereotipos, paradigmas y fórmulas de pensamiento que se repiten y refuerzan en el tiempo y que cierran la cabeza en lugar de abrirla.
Si queremos resolver problemas que no se resuelven de modo convencional, hay que promover el pensamiento divergente, transdisciplinario, inusual, original. Dicho de otro modo, en lugar de limitarse a aprender de la experiencia pre existente, aprender de aquello en lo que no hay experiencias previas. Eso es lo que hace un niño de 5 años con la mente libre y abierta, pero difícilmente lo hace un especialista en alguna ciencia o actividad burocrática luego de muchos años de sumergimiento en su campo específico. Mucho menos quienes ocupan cargos ministeriales que le tienen alergia a todos aquellos que proponen pensar las cosas de otra manera y se aferran a los procedimientos conocidos “no vaya a ser que se equivoquen”.
El gobierno debe hacer cosas extraordinarias en tiempos extraordinarios. Nada de eso se está haciendo. Quizá deberían tercerizar esta labor a quienes puedan hacerlo, contra la medición de metas precisas, de modo que en lugar de que el gobierno sea el pésimo operador del estado que es actualmente, sea el controlador de los resultados.