Si no todos, más de uno de quienes han contemplado los atardeceres piuranos estará de acuerdo en que no hay en ninguna otra parte nada parecido a estos. Hasta el forastero, cuando viene y sin que nadie le diga nada y los mira, cree lo mismo. Los piuranos de antes se sentaban en las antiguas bancas de madera del desaparecido Puente Viejo o bajo los añosos tamarindos de su Plaza de Armas a esperarlos.
Decían ellos, desde entonces, que estos atardeceres eran únicos y sólo se veían en Piura. Pues, cuando el sol comienza a ocultarse el cielo piurano se pinta, no de mil colores, sino de un púrpura intenso. Y, en el verano, cuando el calor arrecia por acá, sus tardes son una bendición de Dios. Son frescas. Los vientos que, a esas horas, nacen, parten y soplan desde el desierto de Sechura, levantando hasta grandes polvaredas en los descampados, son los que le inyectan la frescura mencionada a dichos crepúsculos.
Quienes han viajado alrededor del mundo y han visto, por donde han ido, otros atardeceres regresan convencidos de que, comparados con los de Piura, ninguno igual. Y quienes sólo hemos recorrido territorio nacional diremos lo mismo. Cuando, remolcados por este oficio nuestro hemos pisado otras ciudades del país, sin echar anclas, desde luego, pero con estacionamientos temporales -Iquitos, Cajamarca o Arequipa, por ejemplo- los atardeceres de aquellos lugares, sin dejar de tener sus propios encantos, estaban lejos de semejarse a los de Piura.
No es que el piurano lo diga por ser piurano o por chauvinismo. No. Escritores reconocidos también han mencionado esos atardeceres en sus obras. Allí están, sin ir muy lejos, don Enrique López Albújar, Miguel Gutiérrez, Mario Vargas Llosa. Más todos esos autores piuranos orbitando, con una abundante producción literaria, alrededor del tema local y del paisaje de éste. De sus algarrobos y arenales, de la luna de Paita y del sol de Colán, y de sus mediodías abrasadores y calcinantes.
Antes de morir, Miguel Ciccia Vásquez compuso una canción que muchos piuranos la escuchan casi como un himno. Se titula “Rosal viviente” y comienza así: “Es una tarde, de púrpura color/ el horizonte, tatuado en rojo sol,/ es la alborada diseñada de algarrobos/ la arena suelta que mueve el viento al correr”. Así son o así se pintan, efectivamente, los atardeceres de Piura y uno a la distancia los evoca tal cual son. A mí que me lo digan.